EN la soledad de la cárcel de Estremera, las horas le parecen largas, y a ratos grises y tediosas. Las soporta con resignación. Reflexiona sobre los momentos que ha vivido, los alardes inútiles, las declaraciones sin sentido, las chulerías que sobraron, las últimas oportunidades que no aprovecharon para cambiar el destino. El preso Oriol Junqueras se confiesa creyente, católico, y se reconforta en la oración. A veces recuerda a su familia, y mira hacia el porvenir, y le inquieta el desasosiego de estropear su vida por un error de cálculo. Pero no se arrepiente. A diferencia de algunos, que se alegran de que esté entre rejas, yo lo lamento. Me parece triste, y en estos momentos poco oportuno. Recuerdo la frase lapidaria de Concepción Arenal, que fue una pionera del feminismo y la atención a los presos: “Odia el delito y compadece al delincuente”.

VUELVEN los rusos, que al parecer están agitando el cotarro en Cataluña. El ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, ha confirmado la injerencia. Según informaba ayer El País, medios del Kremlin, como RT y Sputnik, han utilizado miles de cuentas zombis en redes sociales (vinculadas también al chavismo de Venezuela), para apoyar la independencia catalana. En realidad, los rusos siempre han incordiado. Forman parte de la Memoria Histórica. Llegaron en la Segunda República, probablemente para quedarse. Eran otros rusos, ciertamente: los de Stalin. Según algunos historiadores, colaboraron en la revolución de izquierda del 34 contra la República y montaron el tinglado del Frente Popular. Entre los horrores de la Guerra Civil española, estuvo que apenas había demócratas verdaderos. La burguesía iba con el franquismo, al que apoyaban Hitler y Mussolini; mientras el proletariado iba con el Frente Popular para crear una dictadura comunista como la de los soviéticos.

UN muerto en una manifestación se puede convertir en un mártir, pero 10 políticos (o más) presos en las cárceles también. Hartitos estamos, en estos días, de que sean los principales protagonistas de la actualidad en España. Por supuesto que no están presos por sus ideas, sino por rebelión, sedición y otros delitos, que desembocaron en una declaración de independencia de Cataluña, a sabiendas y con recochineo. Un desafío circense, que el ex presidente Puigdemont ha avivado, fugándose como si fuera El Lute. El ex conseller Santi Vila, que dimitió en la víspera, no almorzó ayer en la cárcel, con lo cual se ha demostrado que la prisión era eludible para quien se arrepintiera a tiempo. Pero todo eso hay que explicarlo bien.

ESTE hombre no escarmienta. Ya se comprobó el jueves, cuando por la mañana iba a decir que convocaría elecciones autonómicas, y por la tarde anunció un pleno para la independencia. Sólo le interesaba negociar lo innegociable. Ayer, una vez destituido, hizo una declaración solemne para no decir nada de lo que hará. Si es que lo sabe. Sólo quedó claro que no acepta la aplicación del 155, y que convoca a la gente “con paciencia y perseverancia” como si nada hubiera pasado. No te preocupes, Puigdemont, que también esto pasará, como escribió Milena Busquets, que es catalana. Ya te has pasado bastante. Y ahora vienen las consecuencias.

ES justo y necesario que se aplique el artículo 155 de la Constitución en Cataluña. Los culpables son ellos, Puigdemont, Junqueras y los independentistas, que hicieron todo lo posible por llegar al escenario que ahora lamentan. Rajoy lo dijo con claridad: el Gobierno no ha suspendido la autonomía catalana. ¿Pero está suspendida, o no? Pues sí, la autonomía catalana fue suspendida por Puigdemont, que tiró a la basura su propio Estatuto para recorrer el camino hacia la independencia. El Senado aprobará las medidas para que vuelva la legalidad. Entre ellas, está el cese del presidente y los consejeros de la Generalitat. ¿Por un capricho? No, porque se han situado fuera de la ley. Y no sólo eso: han inventado un nuevo escenario que es inconstitucional.