EN estos días se habla y se escribe de las fusiones bancarias, de CaixaBank, de Bankia, de si el Gobierno va a tener participación pública en el primer banco de España (con lo cual Pedro y Pablo serían banqueros por un día, digo por un tiempo). También de que el Gobierno rectifica (a la fuerza) y permitirá a los ayuntamientos que puedan usar su superávit sin confiscarlo. Esos préstamos eran controvertidos, porque los ayuntamientos no querían hacer de prestamistas, o de diteros del Gobierno. Y, además, que si los obligaban por la cara no eran préstamos, sino incautaciones. Algo propio de las guerras sucias y las pandemias locas.
PARECE que las críticas al gobierno municipal de Juan Espadas por el adoquíncidio son novedosas, quizás inspiradas por las últimas obras, como las calles Cuna y Mateos Gago, o la anterior de Baños. Nada de eso. El adoquín sevillano (o sea, el de Gerena) ya tenía su profeta, que es el arquitecto Javier Queraltó. Fue concejal de Urbanismo y ha predicado con el ejemplo, con obras maestras, como la rehabilitación de la Judería, y también ha predicado en el desierto, cuando vio que en el Ayuntamiento se están cargando el adoquín auténtico desde la década anterior y lo sustituyen por otro de Quintana de la Serena (Badajoz), más liso, menos ruidoso y diferente.
ERA un viernes 13 de septiembre, cuando el verano ya iba de recogida por los cielos del Aljarafe y los atardeceres cárdenos se anticipaban. En su taller de Gines, a los pies de una imagen de San José, quedaron las últimas virutas, desprendidas de la madera sagrada unos días antes. Eran también como espinas de su última corona, o reliquias póstumas del leño de su cruz. En aquella soledad, veías que las gubias nunca más serían tocadas por sus manos, y que algunas imágenes se quedaron como en medio del camino, desamparadas tras la definitiva ausencia de su creador. En el taller percibías unos silencios imposibles de olvidar.
CON la nueva anormalidad, el centro de Sevilla ya no es lo que era. Se ha quedado sin la población flotante y sin los pisos para turistas. Aparte de que crece un ambiente demasiado alternativo y okupacional por la zona de la Alameda. En el centro ahora se respira mejor, porque hay menos gente, aunque otros dicen que el ambiente está irrespirable. Y se habla de peatonalizar. Lo mismo de siempre. Juan Espadas apuesta por el Plan Respira y por un eje peatonal, que incluiría desde la Gavidia hasta la Encarnación, y que permitiría una plaza del Duque sin tráfico, con lo que supone, ya que allí en realidad lo que hay son paradas de taxis y autobuses (o sea, transportes públicos). A Juan Espadas se le ocurre lo mismo que a todos los alcaldes anteriores, con algunas variantes, eso sí. Como llevar el tranvía del Metro Centro hasta Santa Justa y después hasta la Encarnación.
LOS niños vuelven al colegio como si fueran al martirio en el circo romano, a ver qué pasa con las fieras. El gran problema de fondo es que acuden a una cita a ciegas, como todo lo que rodea la gestión del coronavirus en España. Es obvio que los niños no se podían quedar en sus casas o en los parques de Sevilla hasta que empiecen a tratar a la gente con la vacuna de Oxford, ojú. Los consejeros autonómicos, como Javier Imbroda en Andalucía, miraban a la ministra, Isabel Celáa, que estaba desaparecida, venida a menos desde que Pedro Sánchez la retiró como portavoz del Gobierno para poner a María Jesús Montero. La ministra Celáa se lavó las manos, la medida higiénica que mejor practican.