UNO de los grandes problemas del Carnaval es la falta de nuevos talentos. En el concurso de este año pesan las ausencias. Duelen las inesperadas y tristes, como es el caso de los fallecidos Juan Carlos Aragón y Manolo Santander, a los que recordamos. También pesan las bajas voluntarias de autores que ya no concursan, como Antonio Martín y Joaquín Quiñones en las comparsas. O los que descansan, según el año. En el Carnaval siempre hubo renovación. Los grandes autores eran sucedidos por otros, que desde el principio, o con el paso de los años, iban adquiriendo jerarquía.

En cada Carnaval no aparece un niño prodigio, como el Antoñito Martín, de ‘Los mayordomos’, que siendo un pipiolo ya estaba disputando los primeros premios al mismísimo Paco Alba. Pero ahora la situación es alarmante. No sale un niño prodigio, ni sale nadie al que se vea con capacidad para convertirse en un mito del futuro. El Carnaval ha ganado en cantidad de agrupaciones (son demasiadas), a las vez que ha perdido en calidad de los repertorios.

Ni siquiera se ve capacidad de renovación a fondo. Yo recuerdo los tiempos en que El Quini se convirtió en guardián de las ancestrales esencias de los coros y sus tangos. Seguramente, a los de hoy en día, los echaría a los leones del circo. Pero se debe valorar que tenemos autores como Julio Pardo y Antonio Rivas, Faly Pastrana y Quico Zamora, o Nandi Migueles, que le dieron una nueva dimensión y más popularidad. A ellos se ha unido después Luis Rivero, que ha profundizado en el coro mixto, siguiendo un camino difícil que inició Adela del Moral, en los años del boom del Carnaval.

En el concurso, hay poco margen para las sorpresas. Los autores favoritos son los mismos de hace una década, con pocas diferencias. Los pelotazos son efímeros; y los nuevos, cuando parecen que van a triunfar, duran menos que las burbujas de una gaseosa caducada. El relevo generacional de los millennials está por llegar.

José Joaquín León