LA mañana de los Reyes Magos en Cádiz tiene poca literatura. ¿Y saben por qué? Porque los que escriben son los padres. De modo que sienten como un vacío interior, esa añoranza inexplicable de lo que se deseaba pero ya ha pasado, esa nostalgia de lo que ya no volveremos a vivir. En la mañana de los Reyes Magos son felices los niños; puede que por las sorpresas, o porque han visto que se cumplía lo que más ansiaban. Los mayores sólo pueden ser copartícipes de esa alegría en modo secundario, porque el tiempo de su protagonismo ya no es éste,  fue otro.

La mañana de los Reyes Magos es ancha, aunque se haga corta. Tendrá la excusa de algún paréntesis para los recuerdos. El niño que jugaba con soldaditos de plomo y trenes eléctricos. La niña con su casita de muñecas o la Mariquita Pérez. El perfume Chanel de la abuela que ya no está. Los calcetines largos del abuelo al que no sabían qué poner. Todos los regalos imposibles que ya no hemos vuelto a pedir a los Reyes Magos, pero que alguien nos deja a traición entre unos zapatos viejos. Papeles de colores, que se rompieron y se han vuelto a romper, como si su único destino fuera la ruptura, prolongar la incógnita de tantas sorpresas, o enlazar el pasado con lo inevitable.

La mañana de los Reyes Magos siempre es hermosa, porque no se sabe cuando empieza ni cuando acaba. No se sabe si nos despertamos de un sueño o entramos en otro. No se sabe de dónde vienen los gritos infantiles, ni siquiera si los hemos soñado. Entendemos que el mejor regalo era simplemente que nos regalasen algo, y que pedíamos por pedir, por saber que esa era la ilusión, apenas disimulada en los escaparates de aquellas tiendas de la plaza de las Flores, de la calle Sacramento, de la calle Compañía, de la calle Columela, de aquella carrera oficial de lo que ya no existe.

La mañana de los Reyes Magos siempre la descubre alguien que no la había vivido nunca. Pero ese alguien no se da cuenta. Llegará un día muy lejano en que lo recordará y deseará que ese instante fuera eterno. Puede que ese alguien seamos todos nosotros. Y puede que evoquemos una antigua carta, escrita por una mano insegura que apenas distinguía aquellas letras, el alfabeto de los significados que es más limpio cuando amanece sin miedo al tiempo. Cartas devoradas por los leones de Correos.

La mañana de los Reyes Magos termina pasando, como todo. Un niño o una niña se subirá a su bicicleta nueva, sin saber que va a recorrer el camino más corto a la memoria. Así llegará a un territorio donde los sueños siempre vuelven, donde la realidad es una ilusión que se repite cada año.

José Joaquín León