AYER comenzó el otoño en Cádiz, bajen o no las temperaturas. Puede que el otoño en Cádiz siempre haya sido una nostalgia, como una derrota. Casi todas las ciudades disfrutan un tiempo en el que son más felices. En Sevilla es la primavera. En Cádiz es el verano. De modo que en otoño la ciudad está como buscándose a sí misma. Y cuando cambian la hora, a final de octubre, es como si le robaran la luz, sin necesidad de mirar el contador para el sablazo. Para la luz de un ocaso en Cádiz nunca habrá bono social. Cuando el sol se pone antes de las ocho de la tarde, significa que aquí ya no hay tiempo, y que los chiringuitos ya no son de verano, se ponga como se ponga Marín Vila.

Esto intenté explicarlo en el Pregón de la Virgen del Rosario de 2009, que me fue concedido por gentileza de Pascual Saturio, prior de los dominicos. Es en la noche del 7 de octubre, día de la Patrona, cuando se acaba el verano, cuando comienza el otoño de verdad, el otoño puro y duro. Por decirlo con autoplagio: “La última visión del verano en Cádiz es el manto de la Patrona, meciéndose entre los balcones, con manos que se extienden para aferrarse a Ella. El último sonido del verano en Cádiz es una marcha en honor de la Virgen del Rosario, cuando sube en la noche hacia Santo Domingo, ya de recogida. El último olor del verano en Cádiz es de incienso y de nardo. Es el perfume del cielo que lleva prestado el paso de la Patrona. La última caricia del verano se la da a la Virgen en el rostro, con una ráfaga de brisa que le envía en la esquina de la calle San Juan de Dios”.

Cuando la Virgen del Rosario se recogió en Santo Domingo, entonces y sólo entonces, es cuando nace el otoño en Cádiz. Pero el verano, después de agosto, ya había ido a trompicones. Porque septiembre fue un mes de cuestas abajo, de volver a los trabajos (quien lo tenga), de volver a los colegios, de volver a las rutinas... En resumen: de asumir que llega el otoño en octubre.

Y puede que noviembre sea el mes más triste de Cádiz. Quizá porque los tosantos son unas fiestas de por sí nostálgicas, a pesar de las fiestas de Halloween. Días de ánimas y de réquiem de Mozart o de Brahms. El tiempo fugitivo, que corre con prisas. Todo eso que casa mal con el espíritu (de por sí alegre y jocoso) del que alardea Cádiz. Quizá por eso, el otoño es aquí un tiempo perdido, no al modo de Proust, que vaya si lo aprovechó para escribir esos librazos, sino al modo de no saber lo que hacer.

El otoño en Cádiz no debería existir. Lo ideal sería que todo el año fuera verano.

José Joaquín León