EN tal día como ayer, hace 40 años, organizaron un referéndum entre todos los españoles para aprobar la Constitución. Se había gestado en las Cortes tras muchas discusiones. Fue más difícil de lo que ahora se supone. A esa Constitución le han practicado varios retoques en los últimos 40 años. Casi todos por cuestiones de adaptación. Sin embargo, cuando se habla de reformarla, se cae en el error de intentar modificarla en su esencia. Se olvida que es el fruto del consenso entre las dos Españas, entre la derecha y la izquierda. Por lo cual, para cambiarla, hay que ponerse antes de acuerdo. Siempre que se enfrente a media España contra la otra media, el final ya se sabe cuál es. Había ocurrido así en los dos siglos anteriores.

El gran problema de ahora es que quieren matar al padre. A los políticos adanistas como Pablo Iglesias (que es quien maneja esos asuntos), les conviene reinterpretar la historia y romper el pasado. Falsear una realidad que existió y de la que ha derivado lo que vino después. Y lo que vino es que España no había tenido un sistema democrático aceptado por la derecha y la izquierda durante casi medio siglo. Por lo cual esta Constitución es magnífica, una maravilla. Para dejarla peor, es preferible que se quede como está.

Pero el complejo de Edipo está muy arraigado en la incultura política actual. Edipo asesinó a Layo y se casó con Yocasta, y descubrió después que eran sus padres. Sigmund Freud, el gurú del psicoanálisis (que en otros tiempos era aclamado por cierta izquierda), lo llevó a la psiquiatría para explicar la tentación que tienen algunos hijos por hacer lo contrario que sus padres. A veces lo llaman rebeldía. Se conocen muchos ejemplos de hijo que ha matado a su padre (en la forma de pensar), o que ha destruido su memoria.

Con la Transición, y con el rey Juan Carlos, tienen un grave complejo de Edipo. Quieren matar al padre, y bien muerto, a conciencia. Sin embargo, los hijos democráticos de la España actual no existirían sin el padre. El Rey encarna ese ejemplo. Es inexplicable la monarquía de Felipe VI sin valorar lo que hizo su padre, Juan Carlos I. Y tampoco se puede explicar al Rey de la Transición sin su padre, don Juan de Borbón, que nunca reinó, pero que contactó con los opositores del exilio para consolidar una monarquía democrática en España. A pesar de Franco y los franquistas, que querían perpetuar su régimen.

Salvar al padre es nuestro deber. Salvarlo y no olvidar que construyó la mejor España posible: la que se reconciliaba, con dolor, después de una guerra.

José Joaquín León