EL niño sale a las calles, se abriga contra el frío, recorre iglesias muy adornadas, locales comerciales, sedes de fundaciones y empresas, también casas de hermandades. Allí se encuentra con otro Niño, que nació en un tiempo remoto, que vivió en una época de costumbres raras, cuando unos Reyes Magos seguían en sus camellos a una estrella que iluminaba un camino, cuando un ángel se colgaba en lo alto de un portal de Belén, cuando unos pastores pobres desabastecían sus despensas caseras para llevar alimentos solidarios al recién nacido. A su lado, está la Madre, está el padre que no es el Padre, están una mula y un buey, que al parecer remedian la falta de calor. El niño pregunta: “¿Y ese Niño quién es?”. Alguien le responderá: “El Hijo de Dios”. Puede que entonces el niño pregunte: “¿Y quién es Dios?”.

Años después, ese niño, cuando haya crecido, se encontrará con la misma pregunta, que fue escrita y rebota como un eco a lo largo de la historia, desde hace 2.000 años, por todos los confines del mundo, por las conciencias de tantas generaciones: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

El niño, que verá muchos belenes en sus vacaciones, no va a responder esa pregunta todavía. Al niño le regalarán un globo, o sus padres le comprarán chucherías. Puede que se encuentre con algún cartero real, al que le entregará la carta de los Reyes Magos, esos señores que viajaban en camellos y perseguían a una estrella.

En estos días, hay muchos niños como ese, que no se quedan sólo junto al Árbol de Navidad, sino que mantienen la tradición católica del Belén. La representación con figuritas tan variopintas del gran misterio: el Nacimiento del Hijo de Dios. Belenes napolitanos, belenes andaluces, belenes de muñequitos, belenes de chocolate… Belenes de todos los estilos, de todos los materiales.

¿Y donde están las guías de los otros belenes? Nadie publicó noticias del Niño en el portal abierto a la humedad de la madrugada, donde unos vagabundos duermen entre cartones y mantas sucias. Nadie quiere saber nada del Niño que huyó a Egipto, en la persecución del tirano Herodes, y que hoy puede ser un refugiado por la guerra en su país. Nadie reconoce al Niño que emigra y llega a Belén, una ciudad donde no tiene familia; y aunque no viaja en la patera de un mafioso, se encuentra las puertas cerradas.

Nadie busca los belenes del hambre física y la sed de justicia en las calles de Cádiz. Discutimos porque las luces son pocas y muy cutres, mientras la verdadera Luz del Mundo va a nacer y pasa desapercibida entre el ruido. En la Guía de Belenes siempre nos falta algo: el grito de Dios.

José Joaquín León