SEGÚN lo presentan, el Carnaval de Cádiz cada vez se parece más a las legendarias fiestas de las barbacoas del Trofeo Carranza. El Carnaval sería una gran guarrería urbana, que deja las calles de la ciudad de Cádiz llenas de porquerías, desperdicios, residuos líquidos y sólidos. Sería todo lo contrario de lo que se espera de una ciudad ecologista, verde, sostenible, amante de los animales de todo tipo y cuidadosa con sus cosas. De manera que el Carnaval sería apenas la excusa para quedarse una noche completa sin dormir (entre porros y borracheras, según las leyendas negras), hasta que leen el fallo de un jurado en el Falla para que se acuerden de sus castas todas. Ahí empieza una celebración, que traslada el regocijo a las calles.

El Carnaval es, en sí mismo, una fiesta sucia. Baste con recordar el lanzamiento de papelillos y serpentinas, que se hacía incluso en las cabalgatas de las Fiestas Típicas, cuando las reinas eran mayormente hijas de los ministros de entonces, de la sociedad ilustre gaditana, o de la familia del Caudillo. Se le creó hasta un batallón infantil a Carmencita Martínez- Bordiú Franco, que con el tiempo se perdió, en vez de transformarlo en milicia revolucionaria del Che. Y ya entonces se decía que el Carnaval (la gente le seguía diciendo Carnaval a las Fiestas Típicas, y participaban afamados autores con sus repertorios) era demasiado sucio para las calles, aunque tuviera momentos finos como los bailes del Falla, que no se parecían en nada a los eventos de la carpa.

En general, no se conocen fiestas totalmente limpias, porque es una virtud que depende de las personas, y no todas se comportan con civismo. En Semana Santa también ensucian las calles, aunque menos, porque la gente es algo más piadosa, excepto los cafres. Así que el Carnaval limpio no existe ni en Venecia, si bien se reconoce que en Cádiz ha ido a peor.

Algunas escenas terribles (más propias del sátiro de la gabardina y del alterne callejero) se pueden ver estos días. Quizá se está perdiendo el pudor, como la vergüenza y casi todo. Pero la culpa no es del Carnaval, ni de quienes salen a divertirse, ni de quienes vienen con sano espíritu, ni de quienes hacen sus necesidades donde está regulado. La culpa de que el Carnaval se confunda con una barbacoa a lo salvaje, o con una bacanal muy cutre, es de las autoridades que lo permiten, por miedo a qué dirán.

Pues se les debe decir que para algo están inventadas las multas y las sanciones. Cantaba Celia Cruz que la vida es un Carnaval. Pero ni  en la vida, ni en Carnaval, vale todo.

José Joaquín León