EL barrio de San Carlos es uno de los más olvidados de Cádiz. Es otra herencia de los tiempos del esplendor de la ciudad. El ensanche fue promovido por el conde O’Reilly, gobernador en los últimos años del siglo XVIII. Con el tiempo, San Carlos se amplió con espacios ganados al mar. Está en las cercanías del puerto, junto a la punta de San Felipe, custodiado por las murallas y limítrofe con la Alameda. Una zona señorial y marítima. Curiosamente, en una ciudad histórica plagada de templos, su parroquia es la del Rosario, que no se encuentra en el barrio. Pero su cofradía, las Angustias del Caminito, sí que está en el barrio. Todos los años lo recorre en la tarde del Miércoles Santo.

La capilla del Caminito, al final de la calle Isabel la Católica, es pequeña y recoleta. En tiempos era como una ermita. Fue construida a principios del XVIII, en una de las iniciativas del capuchino fray Pablo de Cádiz para crear compañías espirituales del rosario. En su caso para honrar a la Virgen del Camino. De aquellos años es su retablo de origen genovés. Sin embargo, poco después, la capilla tuvo como titular a la Virgen de las Angustias, con su Hijo muerto.

El bellísimo grupo escultórico de las Angustias es el origen de la cofradía del Caminito, que ya existió en el XVIII (se le reconoció antigüedad de 1748), aunque fue refundada por el canónigo Pedro Jesús Bravo en 1935. Es un grupo completamente tallado y policromado, una obra excepcional, aunque ideada para recibir culto como imágenes de camarín. Es una singularidad entre las que salen en la Semana Santa gaditana. Se atribuyó a La Roldana, aunque es posterior, por lo que se vinculó a sucesores de su familia, como su hermano Marcelino o su sobrino Diego. Aunque podría ser de Ignacio López o algún seguidor de la escuela de Roldán. La Virgen es admirable, y el Cristo (que a veces pasa desapercibido, en su regazo) es también extraordinario.

La cofradía del Caminito llegó a salir en Viernes Santo, hasta que se consolidó en la noche del Miércoles Santo. Recuerdo mi primera salida de penitente, cuando formamos en un patio de la calle Isabel la Católica. Túnica negra y cuentas de un rosario de madera anudado al cíngulo. Es una cofradía de familias, a la que llegamos hijos (como los Chaves, los Cepero y tantos otros) que aprendieron con sus padres.

Cada Miércoles Santo sale hacia los conventos cercanos, a recibir rezos en el Rebaño de María, a reencontrarse con San Carlos, que es un como un secreto antiguo, un barrio al que acaricia el mar con nostalgia.

José Joaquín León