EN la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba le han llovido los elogios. No sólo desde su partido, el PSOE, sino también desde sus rivales. Especialmente llamativo es el artículo de Mariano Rajoy, que empieza diciendo: “A nosotros lo que nos falta es un Rubalcaba”. Es lo que comentaban militantes del PP, en tiempos de dificultades. Es entrañable esa afirmación porque Rubalcaba compitió con Rajoy por la Presidencia del Gobierno en 2011, cuando el PP consiguió aquella mayoría absoluta que tanto han añorado después, con 186 escaños, y el PSOE de Rubalcaba se quedó con 110, perdiendo 59 escaños. Por cierto, Pedro Sánchez sólo consiguió el mes pasado 13 escaños más que Rubalcaba. Aquel resultado de 2011 fue su tumba política. Aunque el responsable de que el PSOE perdiera el poder no fue él, sino José Luis Rodríguez Zapatero, con el que había sido vicepresidente, y pagó los errores del otro.

Ahora es reconocido como un hombre de Estado, un servidor de España, y también de su partido, el PSOE. Fue un especialista en comerse marrones, en el buen sentido de la palabra. Es decir, hacía lo que otros no querían. Su labor en el final de ETA fue muy importante, aunque quedó minimizada por los efectos de la crisis económica y por su derrota electoral. Sólo con el tiempo se le reconoció. Fue un trabajo conjunto de los políticos constitucionales y las Fuerzas de Seguridad (no se puede decir que Rubalcaba acabó con ETA), pero es cierto que él tuvo mucho que ver en aquel final.

Hay también un Rubalcaba gaditano. Ese fue otro servicio que prestó al PSOE, que lo envió a Cádiz como cunero para que se presentara en la legislatura de 2008 a 2011. Otra ocurrencia de Zapatero, que envió al que fue su vicepresidente (y sería su sucesor como líder del partido) a pelear a Cádiz. Enviarlo a Cádiz no es una vergüenza, por supuesto, pero carecía de una vinculación verídica. No era un gaditano como tú. Era montañés, y por ahí se salvó la cosa, porque venía de la Montaña, igual que tantos chicucos y la alcaldesa de entonces. Pero, en realidad, Rubalcaba era un político de Madrid, de la calle Ferraz. Y allí volvió. Hasta que fue políticamente defenestrado. A Elena Valenciano, que había sido su discípula de confianza, la enviaron al Parlamento Europeo. Después llegaría Pedro Sánchez.

Rubalcaba, en sus últimos años, sin ser viejo, era vaca sagrada. De vez en cuando hablaba, y a lo que decía casi siempre se le respondía amén. En Cádiz no presumió de gadita, como otros cuneros que han venido, y se le recordará con afecto y respeto.

José Joaquín León