NO se recuerda, en el Carnaval contemporáneo, una despedida fúnebre como la que ha recibido Juan Carlos Aragón Becerra. Sin duda, merecida. Puede que haya servido para valorar mejor su obra después de muerto; a él, un personaje atípico del Carnaval, que indagó en el Bien y el Mal al margen de las convenciones, en la búsqueda de sus verdades, haciendo justicia consigo mismo y con lo que él creía justo. Su muerte ha sido prematura y conmovedora, rápida y traicionera. Pero debe prevalecer el legado de un autor de Carnaval que sin duda va a tener más leyenda después de muerto, mucha más de la que le regatearon en vivo.

En estos días han recordado su aportación, sobre todo a las comparsas, pero también a las chirigotas. Poco antes de su fallecimiento, ya no pudo asistir a la entrega del Baluarte del Carnaval, que recogió en su nombre el director de su comparsa, Javier Bohórquez. Entonces Juan Carlos grabó un video, en el que decía que se iba de gira con Bob Dylan. Se ha ido, y se ha quedado para siempre como el Bob Dylan del Carnaval, que recibió el Baluarte, a modo de Nobel.

Los premios importan poco en su trayectoria, que debería servir de ejemplo. Lo importante es su obra. No era un autor de premios, sino un autor de coplas. Las coplas siguen en el recuerdo, y son cantadas cuando pasa el tiempo. Si se elabora una recopilación de las 100 mejores letras del Carnaval de Cádiz, ahí deben aparecer cinco o seis de Juan Carlos Aragón. Puede que se equivocara en algunos tipos, en los enfoques de algunas letras. Pero todo lo suyo fue auténtico, personal y diferente. Fiel a su estilo.

En 2010, escribió un libro de poemas, La risa que me escondes, publicado por la editorial sevillana La Isla de Siltolá. También en la poesía fue un ser libre. Juan Carlos lo resumió en unas declaraciones: “Siempre escribo lo que me sale del alma”. Y así era él, que no entró en compadreos, ni se frenó ante lo políticamente correcto, ni le importó ser incomprendido. No trataba sólo de criticar, o provocar, sino de cantar sus verdades.

El Capitán Veneno tuvo una coraza, con la que se protegía y atacaba. Dentro estaba la sensibilidad. Era el hombre que cantó al padre como verdadero amigo, que recorrió los caminitos del Falla, que se desnudó el alma a su manera, que supo denunciar; y que resumió sus ideas, con valentía, en un credo que ahí está, para la historia del Carnaval.

Le faltó más vida. Murió pronto y no conoceremos lo que nunca pudo escribir. Pero Juan Carlos se despidió del Falla por la puerta grande y su recuerdo permanece.

José Joaquín León