ES una retirada a tiempo. Es decir, a tiempo de convertirse en uno de los personajes míticos del Carnaval de Cádiz, sin insistir en el juego sucio de destrozarse los grupos unos a otros, como acostumbran las comparsas en los últimos años. A tiempo de quedarse fuera de las pequeñas miserias, como si una comparsa tiene dos o tres puntos más, o si este cuenta con más amigos en el jurado. Aparte de que Cádiz, con su ausencia, podrá valorar (con  Antonio Martín vivo y coleando) el hueco insustituible que se queda, que será el de la esencia de las comparsas, cuando eran reconocibles, sin buscarle los tres pies al gato que maúlla no se sabe por qué.

Cincuenta carnavales después, se retira Antonio Martín García. En este medio siglo de oro que comenzó en 1968, con ‘Los mayordomos’, ha vivido todo, ha competido con todos, le ha ganado a todos, incluso a Paco Alba. Precisamente a su lado, aprendió que la rivalidad del Carnaval no debe estar reñida con la amistad, o al menos con la tolerancia. Vivió las incomprensiones de los forofos, que abuchearon a ‘Estampas goyescas’,  la comparsa de Paco, por la rivalidad con ‘Capricho andaluz’. Pero también Antonio padeció incomprensiones y cajonazos como la copa de un pino, y aquella protesta contra la injusticia de ‘Caleta’.

En su palmarés hay 15 primeros premios de comparsas, tres de coros y uno de chirigotas; la frialdad de las estadísticas. Ha sido mucho más: el hombre que llevó a la comparsa desde el siglo XX hasta el siglo XXI, incluida aquella rivalidad finisecular con las huestes de Martínez Ares. Sin los dos Antonios no hubiera surgido jamás la nueva comparsa, que ya ha envejecido. Pero sin Martín (y sin otros que compitieron con él, disputándole premios, como Enrique Villegas, Pedro Romero y Joaquín Quiñones) es posible que la comparsa se hubiera ido al carajo antes de llegar al siglo XXI.

Cincuenta carnavales después la comparsa que emocionaba se quedará entre rejas. Todo empezó con ´Los mayordomos’ que llegaron como fieles servidores de su señor, don Francisco Alba, de quien aquel Antoñito Martín, que venía de una casa de vecinos de la calle San Vicente, allá junto a la Cruz Verde, se proclamaba aprendiz. Antes de ser su heredero. Todo terminó una noche de febrero de 2017, con una comparsa llamada ‘Ley de vida’. Ahí cantaban los más fieles, los que no le abandonaron.

Así lo recogerá la historia del Carnaval, donde nunca se secarán sus lágrimas en esa despedida. Ni los aplausos que agradecían tanta locura, tantas inolvidables coplas.

José Joaquín León