HAY que tener cuidado con las carabelas portuguesas y replicar a los ataques si los hubiere. No se puede permitir que asedien la costa de Cádiz en verano. Estas carabelas tienen peligro, aunque sus ataques son diferentes a los que la ciudad soportó en otros tiempos. No vienen como el conde de Essex con las tropas inglesas, que asaltaron e incendiaron Cádiz en 1596 y robaron todo lo que pudieron. Tampoco vienen como los del asedio francés de 1810, que nos debe servir de lección. Pues si con las bombas que tiraron esos fanfarrones se hicieron las gaditanas tirabuzones, a los ataques de las carabelas portuguesas hay que replicar tiriti tran tran tran. Es decir, con métodos disuasorios para que se vayan del Golfo de Cádiz. Un ataque de una carabela portuguesa, en según qué miembros, no se le desea ni al peor enemigo. Excepto que sea el conde de Essex.

La carabela portuguesa se podría haber quedado en Portugal, de donde toma nombre. En las playas del Algarve, o incluso más allá del cabo San Vicente. Las carabelas portuguesas se deben ir mayormente hacia las Azores, que también pertenecen al vecino país, pero quedan más hacia el oeste. Por el contrario, no se les ha perdido nada en las costas de Cádiz, y menos aún en la playa de la Victoria, o en la invicta Caleta.

Cádiz es una ciudad amistosa con los animales, que también son creaturas de Dios. Pero hay animales y animales. No se puede tratar igual a un perrito o un gatito que a una cucaracha o una paloma. En el paraíso bíblico ya se establecieron hostilidades entre la Mujer y la serpiente. Eso tiene un significado religioso (la nueva Eva, que es la Virgen, derrotó al pecado, que se representa por la serpiente). Desde entonces, una mujer le puede pisar la cabeza a una serpiente, aunque con cuidado. Hay animales malos. Todos no son iguales, ya lo expliqué en el artículo de las palomas.

A las carabelas portuguesas hay que tratarlas como a los animales malos. No son bienvenidas a las playas de Cádiz. En realidad, no son medusas, sino aguamalas. Son organismos coloniales, viajan solas y hacen daño. Su nombre es Physalia physalis, pero como resulta raro, en Cádiz siempre se les dijo aguamala. Antes los niños decían: “Mira una aguamala”. Pero, de pronto, todo el mundo empezó a llamarlas carabelas portuguesas, como si los malos fueran los lusitanos, en vez de los ingleses del saqueo de 1596. En Cádiz hubiera sido mejor llamarlas carabelas inglesas.

En todo caso, la respuesta debe ser firme y enérgica: “No pasarán”. ¡A por ellas!

José Joaquín León