EL padre Luis Jesús Castro Arteaga se ha muerto como vivió: en paz con su conciencia, y sin formar mucho ruido. A los 93 años, cuando estaba en una residencia marianista de Madrid, antes de volver a su colegio de San Felipe Neri, de Cádiz. Escribió Antonio Burgos que las muertes en agosto son peores para las necrológicas. Pues suele ocurrir que los articulistas están de vacaciones y muchos amigos fuera de la ciudad. De modo que son necrológicas como a posteriori. Pero el padre Luis Castro no se merece quedar en el olvido. Ha sido un personaje muy importante en el Cádiz de los últimos 40 años. Reconocido con el título de Hijo predilecto en 2013, en un mano a mano con otro marianista inolvidable, el padre Feliciano Ruiz.

El padre Feliciano me dio clases de Latín y Religión, pero el padre Luis Castro no fue mi profesor. Otros gaditanos que sí fueron sus alumnos hablan maravillas de él. Un ejemplo podría ser el anterior rector de la Universidad, Eduardo González Mazo, que era devoto del padre Luis Castro, con esa devoción que se profesa a quien admiras. Al padre Luis Castro lo traté más de mayor. Siempre se comportaba con esa vitalidad y generosidad que le caracterizaban. Una forma de ser, unos valores personales, que se asemejan a lo que se puede entender por la santidad en estos tiempos.

El padre Luis Castro encarnaba muy bien el espíritu de los marianistas. Algo que entendemos y apreciamos quienes tuvimos la suerte de educarnos con ellos. Valores que pasan por la solidaridad, la tolerancia, la cultura y la apertura de miras. Valores que él vivió desde joven con los marianistas por diversas ciudades y que practicó con emigrantes españoles en Bélgica y Suiza. Antes de vivir cuatro décadas y pico en Cádiz.

Por eso, marianistas como el padre Luis Castro apostaron por la democracia desde el principio, porque encarnaba esos valores en los que creían. Era vasco y se le notaba. No sólo por su afición a la Real Sociedad, que compartía con el Cádiz. A su equipo donostiarra lo vio ascender una vez en Carranza, según recordaba con alegría. Los vascos, como los montañeses y los gallegos, sembraron un cosmopolitismo de origen norteño desde siglos pasados. Aún más desde que llegaron los marianistas, que incluso pusieron un frontón para que los niños de San Felipe jugáramos a la pelota vasca.

El padre Luis Castro siempre permanecerá en el recuerdo de quienes le conocieron. Era un gaditano de Donostia, que fue nombrado Hijo Adoptivo y Gaditano de Ley. Pero, sobre todo, era una grandísima persona.

José Joaquín León