EXISTE una tendencia proverbial a resumir determinados asuntos en tres letras, que funcionan como símbolos. Por ejemplo, la regla de oro del comercio es que un producto se ajuste a las tres B: que sea bueno, bonito y barato. En el argot del golferío de antaño, se decía que en las madrugadas picarescas de otros tiempos coincidían las tres P; a saber los periodistas, las prostitutas y los policías. Más recientemente, en Cádiz se ha convertido en un dogma de fe que los problemas de la ciudad están originados por el efecto narcótico que causan las tres C del buen gadita, que son el Carnaval, las cofradías y el Cádiz CF. De modo que los carnavaleros, los capillitas y los cadistas serían los responsables de que la ciudad se conforme con el ole ole mi Cai y lo digo a boca llena, etcétera. Por el contrario, se supone que si no existieran el Carnaval, las cofradías, ni el Cádiz CF, viviríamos en una ciudad que tendría un nivel de vida como Zúrich o Düsseldorf.

No obstante, a mi modo de ver, en Cádiz hay una cuarta C que debe ser incluida en el poker de ases. Me refiero a la Caleta. El caleterío condiciona el modo de ser del gaditano, en lo puro y esencial. Aunque entierren a la caballa, no es cierto que el caleterío sólo permanezca vivo durante el verano. Es una forma de ser, que marca a la ciudad durante todo el año, y que contribuye a que Cádiz sea como es: diferente.

La Caleta es un estado de vida. Por la parte culta, tuvo su trovador en el poeta Fernando Quiñones. Por la parte popular, han ejercido Paco Alba, Antonio Martín y todos los grandes autores de comparsas, que si no han escrito a lo largo de su vida un surtido de pasodobles caleteros no se merecen una estrella. La Caleta tiene sus propias esencias. La Victoria es una playa como las demás, pero no es una Caleta. Esto es difícil de explicar al guiri o al veraneante que contempla la puesta de sol. No se trata sólo de que el lugar sea bonito, con sus pintureras barquitas, sus dos castillos, el puente canal,  y que evoque a trimilenarias civilizaciones y la mítica cultura fenicia. No es eso, sino que la Caleta es un modo de vivir.

Al apostar por la camiseta, el bañador y las chanclas, por la hamaca y por el bingo, por el baño iniciático en sus templadas aguas, por eso y mucho más, hay una definición de un ser gaditano. Esto no tiene nada que ver con la calle Serrano de Madrid, ni con la Quinta Avenida de Nueva York. Caleta se escribe con C de Cai, y se debe incorporar como la cuarta C del buen gadita. La prueba de su fuerza es que un caletero cabal y castizo, Kichi de Cai, fue reelegido alcalde.

José Joaquín León