EL Gobierno y Cádiz es una pareja que nunca se ha llevado bien. Se han soportado. Cádiz se puso muy contenta en algunos momentos de su historia, en siglos pasados, que no vamos a recordar. Incluso hubo un gaditano, Segismundo Moret, que fue presidente del Consejo de Ministros, de lo que ha quedado un monumento en la plaza de San Juan de Dios, tras varios paseos, como se sabe. En los últimos tiempos, esta provincia ha contado con varios ministros, unos peores que otros. En la ciudad de Cádiz, el Gobierno de Aznar inauguró el soterramiento y el de Rajoy terminó el nuevo puente, todo ello impulsado por Teófila. Pero los indignados hamn votado a Kichi como alcalde y se acabaron las inauguraciones. Ahora los indignados están en el Gobierno de España.

Por consiguiente, quiere decir que ya no pueden culpar a Rajoy de las relaciones del Gobierno con Cádiz. Ahora tenemos un Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos, que podría tratar a Cádiz como a una reina, digo como a una presidenta de la república de su casa. Ahora el Castillo de San Sebastián es de ellos, y si se cae a pedacitos, la culpa será de ellos, no va a ser de Mariano, que trabaja como registrador.

En Cádiz capital, el nuevo Gobierno de coalición tendrá una repercusión que todavía no se ha asumido. Sucede que en el Consejo de Ministros y Ministras, o de Ministras, o de Ministros (según quien lo diga y lo chuminoso que sea) hay una coalición del PSOE y de Unidas Podemos. A la hora de negociar acuerdos en Cádiz, el PSOE no puede estar en la oposición y Unidas Podemos en el poder, a no ser que vayan de esquizofrénicos. Mara Rodríguez tiene un papelón.

Para la provincia también llega la hora de la verdad. La presidenta de la Diputación, Irene García, es del PSOE. Así que si no construyen la autovía de la N 340 entre Vejer y Algeciras, o se olvidan de concluir la autovía de la A 4 entre Dos Hermanas y Jerez, la culpa ya no será de Mariano, que como se ha indicado es registrador de la propiedad, y le publican libros, como al otro.

Esto tiene una repercusión psicológica, incluso psiquiátrica. En el futuro, si las cosas no funcionan, los indignados se deberían indignar con los propios indignados. Sería una indignación que no se podría aguantar, pues lo suyo es indignarse contra la derecha, pero no contra la izquierda. Y si se resignan, ya no serán indignados, excepto que se critiquen entre ellos mismos, como ha pedido su jefe, Pablo Iglesias, para no perder la costumbre. Gestionar la indignación desde Cádiz será curioso.

José Joaquín León