ES una pena que el alcalde de Cádiz, comportándose a lo Kichi, se lance algunas veces sin paracaídas. Es lo que le ha ocurrido con el IBI de la Iglesia, que no sabía a cuántos edificios afectaría, ni cuánto supondría en ingresos, ni que este asunto no depende de él, porque está definido en el superior rango de la Constitución, como le han recordado desde el Obispado. Es un asunto que sólo sirvió para enredar en momentos inoportunos. Asociaciones y hermandades vinculadas a la Iglesia están trabajando en primera línea de la asistencia social para ayudar a los más desfavorecidos, también en la crisis del coronavirus. Kichi lo sabe, y además sabe que cuando pide ayuda para eso la encuentra.

Aparte de inoportuno es bastante mezquino entrar en ese debate. Ya digo que no se le debería dar mayor importancia que las ocurrencias del profesor Kichi de la Viña, pero no sucede por casualidad. Responde a un problema que tiene cierta izquierda española, la más radical y anticuada, que es el anticlericalismo. Ser anticlericalista de izquierda en el siglo XXI es de lo más casposo; es algo que la izquierda se debería quitar de encima, igual que a los niños de la posguerra les quitaban los piojos de la cabeza. Es tan desfasado que no tiene sentido. Es más útil para todos trabajar con coherencia.

En Cádiz, casi toda la asistencia social que no depende del Ayuntamiento la hacen entidades religiosas. La Palma ha utilizado su casa de hermandad para recoger ropa para los sin techo. Pero ahí está la labor de Calor en la Noche, del comedor de María de Arteaga, de Valvanuz, de los Caballeros Hospitalarios… Y, por supuesto, de Caritas y otras asociaciones. Ya quisieran los partidos de extrema izquierda interesarse por los pobres ni la mitad que quienes lo hacen porque el cristianismo obliga a amar al prójimo. En eso consiste la caridad, que no pide nada a cambio, ni busca votos.

El anticlericalismo creció desde el siglo XVIII, y se agudizó en la Segunda República y la Guerra Civil. La primera piedra la tiraron los que quemaron las iglesias, no se olvide, que eso fue antes de la guerra. Pero en 1976 hubo una reconciliación. Los ultras gritaban: “¡Tarancón al paredón!”. La Iglesia apostó por la democracia, y no creó un partido, sino que dejó libertad a sus fieles.

El anticlericalismo, en estos tiempos, sólo demuestra el rencor y la miseria moral de quienes siguen viviendo con una mentalidad anclada en otros siglos. Se suele recordar que Marx dijo que la religión es “el opio del pueblo”, pero también dijo que es “el corazón de un mundo sin corazón”.

José Joaquín León