A medida que pasan los días, se van conociendo algunos aspectos de cómo será la vida cuando no haya confinamientos. Por ejemplo, parece seguro que podremos ir a la playa en verano. Si bien, como era de temer, con algunas restricciones. De modo que en Cádiz perderemos la tradicional estampa de la familia salerosa, que llega el domingo a las dos de la tarde a la playa y te clava la sombrilla justo a medio metro. A partir de ahí, te enteras de la vida y milagros de la amable familia en cuestión. A veces incluso de detalles colindantes con lo escabroso. Yo he conocido algunos pormenores raros, precisamente por ese motivo. Los hay que disfrutan con esos cotilleos. A partir de ahora, serán guardadas las distancias de seguridad.

Otra de las medidas para la temporada de playas que apuntó el presidente de la Junta, Juanma Moreno, es la conveniencia de que haya vigilantes en las playas para limitar los aforos. Por ejemplo, Playa Victoria, un domingo de agosto. Cuando hayan entrado 50.000 criaturas, ni una más. Como si fuera el parking de Canalejas un domingo de Carnaval. Para entrar cuatro deben salir cuatro, y a esperar. El vigilante y la vigilanta velarían por el cumplimiento de las medidas. Y no hacerse ilusiones, que no serán como Pamela Anderson y Carmen Electra, sino del sufrido cuerpo de la Policía Local.

¿No sería posible limitar los aforos de otro modo? Una opción sería cobrar entradas (a dos euros los adultos y uno los niños, por ejemplo) por pasar los fines de semana en la playa. Con ello se reduciría la asistencia. Además, si acuden 50.000 personas, recaudarían de 80.000 euros para arriba cada domingo, cuyos beneficios Kichi podría destinar a la Delegación de Asuntos Sociales. Es una sugerencia. La gente se subiría por las paredes del módulo central, pero es cuestión de acostumbrarse. Si quieren reducir el aforo, que sea con fines benéficos.

Las playas de Cádiz siempre han contado con vigilancia. Desde los tiempos que era alcalde José León de Carranza, recuerdo que los queus (de blanco, como los vendedores de papas fritas) ponían multas por jugar a la pelota. No eran multas como las de saltarse el confinamiento, sino más modestas. Después, cuando llegó la democracia, en los tiempos de Carlos Díaz, los policías te avisaban primero. Por el altavoz decían las horas, y aquello de que están prohibidos todos los juegos de pelotas.

El próximo verano no sé lo que dirá la señorita por el altavoz de la playa Victoria; pero nos dará alegría que diga algo. En inglés creo que no hará falta que diga nada.

José Joaquín León