FUE la última gran dolorosa que llegó para la Semana Santa de Cádiz. El 12 de marzo de 2005 era bendecida en Santo Domingo esta Virgen, tallada por Luis Álvarez Duarte en su taller de Gines, que venía para acabar con todas las polémicas de las esperanzas. Era una imagen un poco sevillana, un poco genovesa y muy gaditana. Un poco sevillana por su estilo de la Virgen Niña, un poco genovesa por su policromía fina; pero sobre todo muy gaditana porque en sus ojos tiene el reflejo del mar de Cádiz. Venía para ser la última Cigarrera, en la que se simboliza el amor de todas las cigarreras, que habían rezado a otras imágenes, con otros rostros, para contarle sus íntimas esperanzas.

Aquella Virgen había nacido con amor. El amor de sus cofrades, que entonces tenían el anhelo inquebrantable de Julio Oliva y aquel grupo entusiasta de jóvenes que se unió para que la cofradía alcanzara su plenitud en las postrimerías de la Tabacalera. Excursiones a Gines, en el Aljarafe sevillano, para ver en el taller de Álvarez Duarte el avance misterioso de la gubia. Se transmutaba la madera, poco a poco, en el rostro de la Esperanza. Puede que nadie intuyera entonces que comenzaba una leyenda.

Eran verdes los ojos de la Esperanza de las cigarreras. Verdes como los mares de menta amarga, que citó Rafael Alberti en su poesía. Verdes como las olas sonoras, rabiosas y vibrantes de las marejadas de invierno. Verdes como el mar de Cádiz cuando se tiñe de esperanza. Verdes como los ojos de una niña que se asomaba al mundo, y que vio su inocencia reflejada en los ojos tan puros de la Madre de Dios.

El artista quiso que los ojos de su hija, Guadalupe, fueran los mismos ojos de la Esperanza de las cigarreras de Cádiz. Con su mismo color, con su mismo brillo, con su misma luz, con sus mismas ilusiones. Y así, en los ojos de la nueva Esperanza, estaba presente el mar gaditano, pero también la inocencia de la Virgen Niña, la que siempre conservó la pureza de todos los misterios que ocultaba en su corazón.

Aquellas cigarreras de Cádiz le habían rezado en Santo Domingo a la Virgen con otras caras. Aquellas cigarreras, cada Miércoles Santo, vestían sus mantillas con la misma ilusión de una niña que se paseaba por vez primera por las calles y las plazas de Cádiz. Aquellas cigarreras lo perdieron todo (nunca más habrá cigarreras), pero se encontraron un día con Ella. Vieron el mar de Cádiz en su mirada, con el brillo renacido de sus últimas lágrimas. Vieron, en sus ojos, el rostro verdadero de la Esperanza.

José Joaquín León