EN Cádiz, además de la batalla de coplas, tenemos la batalla de nombres. Pero no debemos confundir los nombres oficiales, que ponen los ayuntamientos u otras instituciones, con los nombres propios populares, adaptados por el pueblo. Por eso, cambiar el nombre al estadio, al teatro de verano, a una avenida, a una plaza, o a una calle tiene consecuencias burocráticas, pero después la gente no lo va a llamar como se le ocurra a Kichi o a Martín Vila, sino por el que será su nombre propio y auténtico. A la avenida de la Sanidad Pública nadie la llamará así, ni tampoco de Juan Carlos I, sino la avenida del Soterramiento, que es como se la conoce.

Entre los nombres mejor puestos, están las estaciones de tren (en el futuro también del tranvía), que todas se llaman según donde están, excepto la última. La de Cortadura se llama Cortadura, la del Estadio se llama Estadio, la de la Segunda Aguada se llama Segunda Aguada, la de San Severiano se llama San Severiano, y la última (a la que todo el mundo llama “La Estación”) se llama Término. En el Ateneo se planteó, en cierta ocasión, que podrían dedicar la Estación de Cádiz al insigne botánico gaditano José Celestino Mutis, igual que la de Málaga a María Zambrano, o la de Valencia al Pintor Sorolla, de sencilla rima.

No pasa igual con los autobuses, que tienen los nombres de las paradas más abigarrados y confusos. Es verdad que en Cádiz se nombran lugares que todo el mundo sabe dónde están, pero ya no queda nada de eso. Por ejemplo, la Fábrica de Cerveza. Por ejemplo, el Balneario. Por ejemplo, los Cuarteles. Por ejemplo, la Plaza de Toros.

Algunos ateos dicen que en Cádiz hay muchos nombres de santos. ¿Y qué? San Francisco está en San Francisco, San Agustín en San Agustín, Santo Domingo en Santo Domingo, San Juan de Dios en San Juan de Dios (a la que nadie llama plaza del Ayuntamiento), la Catedral en la que todo el mundo llama plaza de la Catedral, San Antonio en San Antonio, San José en San José, San Severiano en San Severiano. ¿Seguimos? Así que los ateos deben sosegarse y entender que nadie las llamaría calle de la Evolución o plaza del Big Bang.

Fíjense que el estadio del FC Barcelona se llama Camp Nou (algunos le dicen Nou Camp), que significa Nuevo Campo, y fue inaugurado en 1957. No se lo han dedicado a Messi, ni a Cruyff, ni a Maradona, ni a Kubala, ni a Guardiola, ni a la portera del presidente Josep Lluís Núñez.

A la hora de poner los nombres, el pueblo es soberano, en invierno y en verano.

José Joaquín León