NO sabemos si el Cádiz se mantendrá en Primera División a final de temporada, pero ya ha conseguido algo que es más importante: reforzar su memoria histórica. Este equipo es admirado y odiado en toda España (quizás a partes iguales), porque es capaz de lo mejor y de lo peor. Del más difícil todavía y del petardazo más tremendo. Siempre se le ha reconocido como un David dando la pedrada a Goliat, cuando menos se lo esperaba. Pero, en otras ocasiones, este David ha salido en camilla camino de la enfermería, y ha perdido en Lucena o por ahí. Nunca se sabe lo que puede hacer y ahí reside el encanto. Su color amarillo (y azul, no olvidarse del azul, que os gusta mucho vestir de amarillo completo, como el Villarreal) es legendario y forma parte del mito, pues para la gente del espectáculo atrae el gafe. En el fútbol, sin embargo, depende de los días.

Este Cádiz también es el que viajó a Sanlúcar, aquella tarde que se jugó el descenso a Tercera División ante el Atlético Sanluqueño. Por eso, hay que valorar lo que ha ocurrido después. El papel de Locos por el Balón, con Manuel Vizcaíno y Quique Pina. La llegada de Álvaro Cervera al banquillo, que perdió los partidos de Liga, pero se clasificaron cuartos, y ascendieron a Segunda A en las eliminatorias, todavía no se sabe cómo. Entonces ya jugaba Salvi, que fue titular en el Bernabéu, y que con Alberto Cifuentes y Garrido emprendió un recorrido del infierno al cielo.

El Cádiz ascendió a Primera, ya sin público, después de perder y no sumar ni un punto en los tres últimos partidos; es decir, de un modo increíble, como le suele pasar a este club. Como en la tanda de penaltis con el Málaga la noche de Szendrei. Como aquel 4-0 al Barça de Cruyff. Como en aquel partido agónico que ganó en Tenerife por 0-1, sin disparar ni una vez a puerta, con un autogol. Como la liguilla de la muerte. Como la tarde del cava en Elche. Como las dos veces de Alicante (la mala del penalti de Abraham Paz y la buena de Dani Güiza).

Y así llegaron al partido de San Mamés, que fue una gesta enorme. Derrotar por 0-1 al Athletic, con otro autogol, y jugando sólo 9 contra 12 ó 13 (incluyo al árbitro y al VAR, que iban desatados y por la cara). Hasta llegar a Valdebebas (campito que tiene las mismas dimensiones que el terreno del Bernabéu), donde el Real Madrid había ganado todos los partidos jugados desde el confinamiento en adelante. Hasta que llegó el Cádiz y le hizo un retrato a Zidane y los suyos.

Este equipo representa a una ciudad muy rara, que en su historia fue capaz de lo mejor y lo peor. Por eso se reconoce en sus locuras y altibajos.

José Joaquín León