NOVIEMBRE es el mes de los difuntos y afrontamos una racha muy mala. Por el maldito coronavirus y por otras enfermedades. Porque la gente está fastidiada, en lo físico y en lo psíquico. El miércoles falleció Theo Vargas, que superó el coronavirus después de más de un mes en la UCI, y que había salido a los sones del pasodoble de Manolo Santander, con el que ya se habrá encontrado en el otro barrio, donde San Pedro le habrá abierto la puerta con una bufanda amarilla y azul, como la que le pusieron en los memes a Benedicto XVI, que por Roma sigue. La muerte de Theo ha sido prematura y muy triste, por las circunstancias generales y personales. Con él se va un tiempo del Cádiz, que no fue el mejor, sino el peor: los años del pozo más profundo.

A Theo Vargas lo prejubilaron antes de tiempo, como a otros profesionales de la radio, la prensa y la televisión. Lo acogió Manuel Vizcaíno en el Cádiz CF, un detalle que le honra. Porque Theo había estado al pie del cañón amarillo, y no a las duras, sino a las más duras. Contaba los partidos del Cádiz en los tiempos de Segunda B, cuando no había más radio en directo que la de Theo en la SER, con la ayuda de Quique Lafuente y en sus últimos tiempos con Ignacio de la Varga júnior. Y cuando no había más televisión que los resúmenes de El Submarino Amarillo de los lunes en Onda Cádiz, con Mirian Peralta, Hugo Vaca y Antonio Díaz. Para contarlo estaba el Diario, como siempre. Pero entonces no había más var que las tertulias de Radio Cádiz en El Faro, a las que me invitó Theo Vargas algunas veces.

Se hablaba de partidos infumables, con rivales como el Don Benito o el Utrera, entre otros. De expediciones lluviosas a Roquetas para contar sofocones. Hoy miro atrás, y oigo esa voz que sale de un pozo negro. Como si fuera una novela de Haruki Murakami: hay un pozo misterioso, y hay una voz que suena como en el pasado, quizás en otra vida. Una voz que llega de Algeciras, de Ceuta, o de quién sabe dónde. Una voz que es característica e inequívocamente suya, forjada con sofocones y sinsabores, con decepciones y hasta con menosprecios de quienes consideraban que ese Cádiz sólo interesaba a un lumpen irreductible, una distracción de majaras, masoquismo para las tardes dominicales.

Han llegado tiempos mejores. El domingo juega el Cádiz contra la Real Sociedad (sin público) y falta poco para que vuelva el Barcelona. Pero ese no es el Cádiz de Theo, que fue el del sufrimiento y las decepciones. Su voz se quedará en el pozo, como un eco eterno, narrando disparos que salían rozando el poste. Fue una vida de goles imposibles.

José Joaquín León