EN la política española casi siempre ha existido el bueno y el malo. A veces también el feo, o incluso el guapo. Se recuerda desde los tiempos de Franco, cuando el generalísimo era el bueno y los ministros hacían de malos. No estaban a su altura, aunque era bajito. De ese modo, él seguía pescando salmones y hablando de la conspiración judeomasónica y comunista. Después, en la democracia, el asunto se regularizó. Con Adolfo Suárez, que era el bueno, tuvimos como malo a Abril Martorell. Hasta que el bueno por definición pasó a ser Felipe González y el malo Alfonso Guerra. Se le decía: “¡Dale caña, Alfonso!”. Y este admirador de Antonio Machado allá que iba. Pues en Cádiz han copiado el sistema, de manera que el alcalde González, de Podemos, quiere ser el Kichi bueno. Mientras que el edil memorioso, de Ganemos, ejerce de Martín el malo.

Recientemente publicaba Melchor Mateo, en este Diario, las últimas discrepancias entre Podemos y Ganemos. Todo parece que está amañado y controlado. El alcalde González, tras sus meteduras de pata, actúa ahora como más institucional. Por ejemplo, fíjense en su faceta capillita: asiste al Pregón, posa para una foto encorbatado en la iglesia de Santa María junto al obispo Zornoza el Jueves Santo, se ofrece como intermediario entre el Consejo y el Perdón... Y ha sido elogiado por cofrades, justo cuando se renovó la subvención. En fin, que este hombre parece más transversal y centrado; aunque a veces se le escapan deslices, como el caso del batasuno.

Por el otro lado, en este ying y yang municipal, tenemos al malo. Ahí está Martín el Memorioso (Funes el Memorioso es un cuento de Borges, con un personaje que decía: “Mi memoria es como vaciadero de basuras”, pero Vila no llega a tanto, y la Feria del Libro corresponde a la otra edil de Ganemos). Martín siempre está dispuesto a defender las causas extremas, para demostrar que los de Izquierda Unida no son unos acomplejados colaboracionistas, ni nada aburguesados. Comunistas puros y duros. Mientras la memoria aguante. No pasarán.

Son estrategias toscas que utilizan para salvaguardar al querido líder. Siempre es bueno que haya un sacrificado, que se lleva los palos y se los ahorra al otro. Para esta táctica no hace falta Barcia, ni haber leído El Príncipe de Maquiavelo. Funciona bastante bien, hay que reconocerlo. Hace tiempo que no se habla del hotel del Tiempo Libre, ni se ha visto a un obrero en la plaza de Sevilla. Pero, en lo referido a las pamplinas y las banderas, vamos como locos.

José Joaquín León