EL pasado lunes falleció en Málaga, a los 94 años de edad y víctima del Covid, el fraile carmelita José Luis Zurita Abril. Había nacido en Melilla en 1926, aunque la gente creía que era malagueño. En Cádiz se le veía como un padre para el barrio del Mentidero, en el que dejó una huella que aún se recuerda. Los años de fray José Luis Zurita en la entonces parroquia de Nuestra Señora del Carmen y Santa Teresa serán inolvidables, probablemente los últimos del esplendor carmelita en Cádiz, los que desembocaron en la coronación canónica en 2007, que debió llegar antes. Los problemas de supervivencia en el Carmen gaditano quizás comenzaron cuando trasladaron a José Luis Zurita, que era un un fraile carismático y que profesó un amor a la Virgen del Carmen de Cádiz a prueba de todo. Bajo su manto estará ya con el escapulario que siempre defendió, a capa blanca y con la espada de su verbo encendido, que llegaba al corazón de quienes lo conocieron.

Fray José Luis Zurita era un predicador de categoría, que atraía a los fieles con el imán de sus palabras. Tiempos en los que se abarrotaba la parroquia del Carmen, y no sólo durante medio mes de julio. Entonces yo no vivía en Cádiz, pero siempre que venía la encontraba llena. Era un fraile capillita, cosa rara. Zurita pregonó la Semana Santa de Cádiz y la de Málaga, la ciudad en la que pasó sus últimos años, en el templo de Stella Maris. Desde allí seguía la actualidad gaditana con sus amigos. Aún recuerdo una magnífica predicación suya en el Carmen, en 2010, cuando dijo que mientras quedara vivo un carmelita no se podía cerrar el Carmen de Cádiz, ni se podía abandonar a su Virgen.

El padre José Luis fue ordenado sacerdote en 1962, pero ha vivido 63 años de vida carmelitana. No sólo en Cádiz, también en el Santo Ángel de Sevilla y en Stella Maris de Málaga tuvo una gran trayectoria. Si no hubiera tantos ateos en las consejerías de la Junta le hubieran otorgado la Medalla de Andalucía. Fue ejemplar al servicio de las personas, además de un propagador de las verdades marianas. Era capaz de emocionar a la gente, lo que no consigue cualquiera. En aquel convento del Carmen inolvidable estaba también el padre Ismael Bengoechea. Eran complementarios, dos grandes talentos. El padre José Luis era la épica y el padre Ismael era la mística. Con ellos seguía viva la aventura carmelitana de Teresa y sobre todo de Juan de la Cruz. Con ellos el Carmen y el Mentidero vivieron tiempos mejores.

Hoy recuerdo a José Luis Zurita desde la nostalgia, aunque con la alegría de haberlo conocido y de admirar su ejemplo.

José Joaquín León