POCO a poco, Cádiz se nos está cubanizando del todo, sin que nos demos cuenta. No me refiero sólo a la cuestión política, del camarada Kichi y su compay segundo Martín Vila, que serían como los hermanos Fidel y Raúl Castro en versión gaditana, ni a las semejanzas del Paseo del Malecón con el Campo del Sur, las fotos de Kiki, las Habaneras de Antonio Burgos y Carlos Cano, y todo eso que forma parte del mito de Cádiz como La Habana. Me refiero a la falta de inversiones municipales (aunque también privadas) y al deterioro. La degradación de los edificios, las tiendas cerradas, las calles pringosas, los mobiliarios urbanos desvencijados… Todo eso nos sumerge en el túnel del tiempo.

En los últimos años de Carlos Díaz (cuando Felipe González no le echaba cuenta y la Junta de Andalucía tampoco) la ciudad se degradó bastante. Aquellos porros que se fumaban en las ruinas de la Cárcel. No se pueden entender los 20 años de Teófila Martínez en la Alcaldía sin esa degradación previa. Cádiz se había cubanizado. Cádiz era igualita que La Habana. Aquel libro de fotos de Kiki con textos de Antonio Rivera mostraba una evidencia, una semejanza. El vínculo era la decadencia. En Cuba, el bloqueo yanqui fue empobreciendo el país. Así les quedaron unos coches antiquísimos, aquellos haigas. Y unos barrios con cuartos en las viejas casonas coloniales, que eran tan parecidas a nuestros partiditos: Santa María, La Viña, San Juan, como La Habana Vieja… Todo eso se puede leer en Cabrera Infante y Leonardo Padura. Y se mezcló en el cine.

Cádiz también tiene su Miami, que está en la Vista Hermosa portuense. Allí se exiliaron gaditanos pudientes, una burguesía que huyó. Aman a Cádiz, pero votan en El Puerto. De ese Miami portuense vino Teófila. Y no sólo con el soterramiento de la vía del tren debajo del brazo, para acabar con las fronteras de Extramuros, sino que llegó con la escoba de barrer. Fregar las calles, limpiar las mierdas (que a veces volvían con rapidez), todo eso… También inauguró obras públicas visibles. Sus mayorías absolutas parecían abrir otro tiempo. Aunque, al final, se le fue de las manos.

Y ahora, el mobiliario urbano que resiste, incluso en las playas, parece de segunda mano. Casi todo lo que queda es una antigüedad, como heredado de la abuela montañesa, incluso lo que no nos gusta, incluso la pérgola de Santa Bárbara chamuscada, porque el pobre muchacho de San Juan de Dios está tieso, aunque va a acabar con el blanco y negro.

Cádiz se cubaniza aún más. Y lo que falta por habanear, compay, como ocurra lo mismo en las elecciones de 2023.

José Joaquín León