EN aquel tiempo, cuando todavía se estaba apagando la lucecita de El Pardo, se hablaba mucho de las cuestas de enero. España era todavía la reserva espiritual de Occidente (como ahora es la reserva socialcomunista de Occidente, según los otros) y celebraban las fiestas navideñas igual que ahora, pero con más villancicos de Raphael, que ya había empezado sus giras. Cuando desaparecía el último camello de los Reyes Magos, empezaba la cuesta de enero. Es decir, subían todo: la luz, el gas, la gasolina, el agua y todos los derivados penalizados, como los transportes, los alimentos… Hasta los periódicos subían una perra gorda. Y había que pagar los gastos navideños. ¿De quién era la culpa de la cuesta de enero? Naturalmente, de Franco.

Ahora hemos pasado a la cuesta de septiembre. Después de las vacaciones de verano, después del agosto pandémico con todos los bares de la costa abarrotados, hay que pagarlo. Y viene la cuesta de septiembre. Sólo que los primeros repechos han comenzado en agosto. Y ya han subido el precio de la luz (que bate récords), del gas (que también se notará en las familias), de la gasolina (que alcanzó un récord especulativo en el puente de la Virgen), el agua (que ya están diciendo que escasea), y todos los derivados penalizados: los transportes, los alimentos, y todo lo demás. Hasta Mbappé está por las nubes, a precio de jeques.

¿Y de quién es la culpa de la cuesta de septiembre? Naturalmente, de Franco. Con la complicidad de Aznar y Rajoy, probablemente. La culpa no va a ser nunca del PSOE de Pedro Sánchez, ni del Unidas Podemos que ya no se sabe de quién es. Al revés. Unidas Podemos amenaza con una campaña contra el Gobierno de ellos mismos, para comenzar así un otoño muy caliente. Eso también es un clásico desde que tenemos memoria: el otoño caliente. No se ha conocido nunca un otoño frío.

Así llegamos a otro clásico de los tiempos más ruinosos: la subida del IPC. Eso era propio de las vacas flacas. Cuando las vacas gordas, antes del veganismo de Albertito Garzón, nadie se preocupaba por el IPC. Pero cuando subía y se ponía por las nubes se fastidiaba toda la economía: los salarios mínimos y los máximos, las pensiones, los beneficios de las empresas… Y entrábamos en una espiral perversa, pues la inflación crea más inflación, hasta que la gente se harta, y gana las elecciones un político menos malo.

Este muchacho se parece cada día más al difunto del agüelico. Aunque en verano apagó la lucecita en el palacio de Lanzarote, igual que el otro cuando se iba al pazo de Meirás. Sólo le falta pescar salmones.

José Joaquín León