HA muerto Juan Manzorro en la madrugada de un domingo atípico de Carnaval, antes de que las primeras luces del día brillaran en la Plaza. Ha muerto en las vísperas del 28-F, el día de esa Andalucía que tanto añorará su voz inconfundible en Canal Sur. Ha muerto apenas tres días antes del Miércoles de Ceniza, en el que empezará otra Cuaresma, para desembocar en una Semana Santa, en la que volverán a las calles de Cádiz esas procesiones que tantas veces retransmitió, ese Cristo y esa Virgen a las que tantas veces pregonó. Por pregonar, hasta pregonó su cáncer, con un artículo muy emotivo en las páginas de este Diario. Con Juan se nos va una voz de gran categoría, que no fue de canon de radio, como la de Luis del Olmo o la de Carlos Herrera, ni siquiera la de su compañero Fernando Pérez, pero que fue unas de las grandes voces de Andalucía, España y su humanidad, porque era su voz y siempre sonaba al Cádiz verdadero.

Juan Manzorro era las madrugadas interminables de los concursos del Gran Teatro Falla, esas que castigaban la voz y a veces dolían en el espíritu, después de tantas y tantas horas, de tantas y tantas noches, pegado a un micrófono, con su cariño para elogiar los pelotazos y su piedad para pasar con delicadeza por las agrupaciones infumables. Juan Manzorro era la voz que aparecía en las calles para presentar tantas actuaciones, en tantos tablaos, en no sé qué fiesta benéfica, en el barrio este o en el otro. Juan Manzorro era la voz sin la cual el Carnaval no parecía Carnaval, una voz que no cantaba, pero tan importante como la mejor copla.

Juan Manzorro era las noches de procesiones retransmitidas por Canal Sur, desde un balcón de la plaza de Candelaria, o desde dentro de un templo, donde va a salir su Borriquita, o cualquier paso. Juan Manzorro era el pregonero eterno de la Semana Santa de Cádiz, a la que pregonó en el Gran Teatro Falla con un montaje innovador que cambió un poco el estilo apergaminado del acto. Juan Manzorro era todos los pregones de Cádiz, todos y cada uno los dio, creo yo, nunca decía que no, hasta que se cortó la coleta, poco antes de su larga enfermedad. Juan Manzorro era cofrade del Descendimiento, el misterio en el que Cristo es descendido de las alturas y llega muerto a tierra.

Juan Manzorro era la voz que rompía todos los silencios de Cádiz, la voz que clamaba en el desierto, siempre con buenas maneras. Juan Manzorro era la voz que nunca faltaba, que estaba en todos los actos, homenajes y demás saraos. Un acto que no presentara Juan no era un acto como Dios manda. Juan Manzorro presentó en el salón de plenos del Ayuntamiento de Cádiz más actos que Teófila y Kichi sumados. Juan era el presentador de todo lo presentable, y su papel no era el del secundario, sino el de un primer espada, pues le daba gran categoría a los actos.

Juan Manzorro era la generosidad, el compañerismo, la amistad con todos los periodistas de Cádiz, a los que respetaba y quería. Era leal, amable, honrado, educado y cualquier virtud más que se nos ocurra. A Juan Manzorro le gustó un artículo que yo escribí en el Diario, titulado El primer capirote, donde me refería a un niño que salía por vez primera de penitente, y que iba aferrado a la mano de su padre: “Recuerda bien esa mano, porque el tiempo te la arrebatará”. Juan Manzorro me regaló mi propio artículo, enmarcado y dedicado por él. Siempre que lo veo, me acuerdo de Juan; y con el tiempo, he pensado que ese artículo lo firmé yo, pero es más suyo que mío, que en realidad es de él.

Hoy el tiempo nos ha arrebatado su mano, siempre tendida, y la voz de Juan Manzorro. Desde las alturas, más alto que nunca, nos verá, y seguirá viva esa sonrisa inconfundible con esa voz que nos habla de Cádiz.

José Joaquín León