LA procesión Magna de Cádiz, en conmemoración del tricentenario de la Catedral, ha sido un éxito. Ha llenado de legítimo orgullo a muchos cofrades y ha puesto histéricos a los enemigos de las procesiones. Objetivo cumplido. El Consejo, su presidente, Juan Carlos Jurado, en particular, y las hermandades han triunfado porque no era fácil. En el siglo XX, cuando se hablaba de las fiestas de Cádiz (religiosas y laicas), fuera sólo valoraban el Carnaval y consideraban la Semana Santa como de andar por casa. Era un error, porque la imaginería de Cádiz es de las tres mejores de Andalucía (no toda, claro), las hermandades tienen un notable patrimonio, y se mantienen tradiciones, como la carga, que son autóctonas. Fue un éxito, pero entre tantas luces, hubo también algunas sombras, y hay que anotarlo.

Porque la Magna sirvió para poner de manifiesto algunas singularidades gaditanas. En la parte cofrade, yo diría que los tres pequeños lunares fueron los fondos excesivos de algunas cuadrillas de cargadores en los regresos, seis o siete cortejos poco cuidados, y la inclusión de imágenes ajenas que en dos casos empeoraron el paso. Esos detalles hay que cuidarlos mejor. Pero son irrelevantes, al lado de los fallos en algunos servicios.

Para ver lo que gustó y lo que no, yo le he preguntado a muchos amigos forasteros que vinieron. A la gran mayoría les gustó mucho la Magna. A la gran mayoría les sorprendió, por el contrario, la falta de policías locales. Están acostumbrados a Sevilla, donde en Semana Santa hay policías y miembros de Protección Civil a tutiplén. No sólo para regular el tráfico, sino que atienden los cruces en las esquinas y están al cuidado de todas las procesiones.

El sistema de seguridad en Cádiz fue lamentable. No pasó nada porque las bullas se auto regularon, como sucedía en Sevilla el siglo pasado. Las entradas y salidas de la plaza de la Catedral, por ejemplo, no tenían vigilancia. La Policía Nacional dejó sus furgones aparcados en los aledaños de San Juan de Dios, pero tampoco abundaba en las calles. Cádiz parecía una anarquía pacífica, donde la gente se gobierna sola. Eso es bonito, pero si el alcalde y los concejales no sirven para nada, están de más.

Los urinarios portátiles para urgencias no estaban señalados, ni tenían vigilancia. La limpieza se hizo al día siguiente. También sorprendió a los forasteros. Por el contrario, funcionaron los autobuses y pusieron buena voluntad los taxistas. Atendieron bien en la mayoría de los bares. No hubo incidentes reseñables. Los gaditanos estuvieron a la altura, a pesar de sus gobernantes.

José Joaquín León