SI Molière hubiera sido gaditano, y hubiera vivido en el siglo XXI, quizás hubiera escrito una comedia titulada El alcalde a palos. Su argumento podría ser parecido al de El médico a palos, de la que fue autor; aunque su título original en francés era Le médecin malgré lui (El médico a su pesar). En esta obra, se muestran el fingimiento y las dobles personalidades para aparentar lo que no se es, aunque suceda por miedo a los palos y el castigo que va a recibir el falso médico. En Cádiz está pasando lo mismo con los candidatos a la Alcaldía. Sólo por las presiones, y por el temor de que los apaleen (políticamente hablando), van a nombrar a los candidatos de los partidos tradicionales. Pues los que han salido como aspirantes van por libre, quizás en busca de la notoriedad que perdieron.

En El médico a palos, resulta que el protagonista, Sganarelle, es un leñador al que hacen pasar por médico. También sale una pareja en la que Leandro se hace pasar por boticario, sin serlo, y a Lucinda, una joven rica, su padre la hace pasar por muda, sin serlo, para que no se case. Al final del enredo, el pobre se hace rico, la muda habla, y el falso médico se salva de que lo muelan a palos y lo ahorquen. Por cierto, Molière se llamaba, en realidad, Jean Baptiste Poquelin. Y la comedia es políticamente incorrecta, a los ojos de hoy, se mire por donde se mire, como gran parte del arte antiguo.

En Cádiz, se puede afirmar que los candidatos serán elegidos a su pesar. Y que algunos no quieren, por miedo a que los ahorquen en las urnas. No sabemos si hablará alguna candidata que permanece muda, aunque parece que no. Y es obvio que todos los aspirantes se hacen pasar por lo que no son. Ser alcalde de Cádiz era glamuroso en otros tiempos. Todo el glamur se ha esfumado, por motivos obvios. Descomunal tarea, abnegado sacrificio se necesita para recuperar el tiempo perdido. El sillón de la Alcaldía está en el punto de mira, a la hora de los palos. Resulta más apetecible otro sillón: en el Parlamento andaluz, en una delegación provincial, en un organismo público, en un despacho particular, o incluso una butaca en tu casa al lado del jarrón chino.

Un candidato ya autoproclamado, Ismael Beiro, dijo que no quiere que lo llamen alcalde, sino trabajador. Es raro que Kichi no opine lo mismo. Si un candidato se presenta a trancas y barrancas, las previsiones de futuro para la ciudad no pueden ser halagüeñas. De momento, el sufrido votante gaditano encuentra pocos motivos de satisfacción, e intuye con horror lo que se avecina. Si no hay sorpresas de última hora.

José Joaquín León