SUELE ocurrir en Cádiz que hay muchos enteraos y pocos sabios gaditanos. Algunos los confunden. No es lo mismo. Enteraos son como los de la chirigota del Selu García Cossío, que ahí clavó el tipo, como en otras caracterizaciones psicológicas o psiquiátricas. Mientras que el sabio gaditano es un personaje casi siempre raro. Por supuesto en cantidad, ya que quedan pocos. Y, además, en calidad, ya que no le suelen reconocer los méritos. Recientemente, ha fallecido Francisco Ponce Cordones, un sabio gaditano (nacido en Rota), que tenía 97 años. En su larga vida, alcanzó una trayectoria muy fructífera, que sólo se le ha reconocido a medias.

En el artículo necrológico que publicó Manuel Bustos, catedrático de Historia Moderna de la UCA y director de la Real Academia Hispano Americana, además de resaltar algunos logros de Ponce, le encuadraba en esa generación de eruditos de nuestra historia y nuestra cultura que formaron el padre Pablo Antón Solé, Antonio Orozco Acuaviva, José Pettenghi Estrada, el carmelita fray Ismael Bengoechea, Eduardo de Ory, o Juan Ignacio Varela Gilabert, a los que se podrían añadir otros, como los poetas José Luis Tejada, Pilar Paz o José Manuel García Gómez. En una ciudad, donde vivía y reinaba José María Pemán; y ya apuntaban jóvenes como Fernando Quiñones. Poco que ver con los restos del naufragio;  sólo sobreviven algunos irreductibles.

En ese grupo, sobre todo en los interesados por la historia de Cádiz, hubo notables aportaciones, que casi siempre se divulgaban en el Diario. A Ponce Cordones se le destaca por su descubrimiento del canal Bahía-Caleta, del tiempo de los fenicios. También conocido como el canal de Ponce. Era académico de la Real Hispano Americana y la de Bellas Artes. Pero sobre todo fue un apasionado de la historia gaditana. En los tiempos de Lalia González-Santiago como jefa de Cultura del Diario, ella siempre me hablaba con admiración de Ponce, por las aportaciones que publicaba. Se prodigaba lo justo y necesario. Esto es, cuando tenía algo realmente interesante que contar.

Al final, a Francisco Ponce Cordones le perjudicó la edad. En esta ciudad envidiosa, los que aguantan vivos más de 90 años empiezan a estar mal vistos. Es como si fuera una obligación pasar antes por el patio de las malvas, reconvertido en tanatorio. Una incineración a tiempo facilita que te valoren más y mejor. Sin embargo, Paco Ponce resistió bien, se mantuvo lúcido, y seguía charlando con sus amigos.

Con su muerte, perdemos a uno de los últimos sabios gaditanos de verdad. No lo olvidemos, ya van camino de la extinción.

José Joaquín León