EN la ciudad de Cádiz todo coincide con las temáticas más diversas. Pasó con el Corpus y el Orgullo LGTBI+. Y, por si fuera poco, al día siguiente de que se recogiera la Custodia, llegó la fiesta de los Juanillos. Dicen los enemigos de Cádiz que en esta ciudad siempre hay una juerga o una huelga. No entienden que las actividades tienen sus momentos, sus calendarios y sus circunstancias. El problema de los Juanillos no ha sido convivir con una huelga, sino su decadencia. Han perdido su gracejo espontáneo, y se parecen cada año más a los Tosantos, aunque sin puestos en la Plaza. Los Juanillos están puestos en pocas plazas de los barrios.

Vamos a analizar los de este año. Sólo uno en los extramuros beduinos: en el patio de la Tacita de Plata. Otro en Loreto se suspendió. En el Cádiz interior (como le dicen algunos), había dos más: uno colocado en la plazoleta de Manolo Santander y otro junto a las Murallas de San Carlos. Los tres a cargo de asociaciones de vecinos. Y, además, el Gran Juanillo de crítica a los políticos (internacionales, por supuesto), que había instalado el Ayuntamiento en la plaza de San Antonio. Este ha sido el Juanillo más costeado de todos y se notaba la diferencia. Tres juanillos puestos por vecinos y uno municipal. Tan poco es lo que ha quedado.

Y demos gracias a Dios y a San Juan Bautista, porque en Cádiz no imitan las costumbres de otros lugares, como A Coruña y algunas playas de Cataluña y Levante, donde aprovechan la mítica Noche de San Juan para montar una cutrísima noche de las barbacoas, pero sin Trofeo Carranza. El día 24 de junio por la mañana las playas amanecen convertidas en estercoleros, como si fuera el parque González Hontoria después de la Feria de Jerez, por no decir otras similitudes maliciosas que se me ocurren. En Cádiz las playas amanecen limpias, quizás con algunas algas asiáticas, pero a las algas todavía no se ha encontrado la manera de quemarlas, como si fueran Juanillos que nos llegan desde la mar de Asia.

A esta fiesta gaditanísima hay que darle un repaso. O cargársela directamente, como si fuera la Velada de los Ángeles. Ni ángeles, ni demonios, que son los más aficionados a las llamas. Esta fiesta, considerada más o menos tradicional, se suponía que marcaba el principio del verano. Se suele decir que es una fiesta pagana cristianizada, y de origen rural. En Cádiz también servían para quemar los apuntes de la Universidad, un gesto bárbaro, propio de analfabetos. Sean cuales sean sus orígenes, podría ser una fiesta más bonita, y no hay que resignarse a convertirla en un mamarracho.

José Joaquín León