ESTABA media España de vacaciones, las playas a tope. Jueves 17 de agosto, poco después de las cinco de la tarde. Llegan noticias de que una furgoneta blanca ha irrumpido en las Ramblas de Barcelona, ha atropellado a varios peatones. Cuando se confirma que esta matanza ha sido perpetrada por terroristas islamistas, se rompe el espejismo de la última inocencia. Olvidados o mal disimulados los recuerdos de aquel 11 de marzo de 2004, este país se creía a salvo de ataques cobardes y crueles. París o Niza quedan al otro lado de los Pirineos. Facebook se llenaba de banderas de Francia. De vez en cuando, el Ministerio del Interior español difundía las detenciones de fanáticos que no conseguían consumar sus propósitos. Ayer fue un día diferente. Aunque algunos juegan a ser ciegos, tenemos el enemigo en casa.

La cercanía no hace más ni menos condenable el terrorismo fundamentalista islámico. Para ellos, su enemigo no es sólo Francia, Bélgica, Alemania, España o Cataluña. Odian el mundo occidental, rechazan una civilización que cree en la libertad, a pesar de que lo disimula. Vivimos en un país dividido por culpa de un maniqueísmo simplificador y rutinario. Se olvida que la libertad no surge de la nada, no es un regalo, sino que hay que cultivarla para que crezca; y en algunos momentos de la Historia hay que defenderla para evitar que se pierda.

Se pone el énfasis en lo que separa, en vez de recordar lo que nos une. Por eso, es simbólico el momento y el lugar en el que ha ocurrido esta matanza. En Barcelona, capital de Cataluña y segunda ciudad de España. En el momento deplorable en que las relaciones se centran en un conflicto creado y alimentado por políticos de bajos fondos.

Es el momento de apoyar a las autoridades y a los Cuerpos de Seguridad de España y de Cataluña. La culpa de esa barbarie no la tienen Rajoy ni Puigdemont. Pero era manifiestamente mejorable la prevención y la alerta ante un ataque en un lugar como Las Ramblas, que es el equivalente catalán a los Campos Eliseos de París, salvando las diferencias. Sin olvidar las difíciles relaciones entre la Policía Nacional, los Mossos y la Guardia Urbana, que tienen jefes y orientaciones en ocasiones contradictorios.

En España la prevención había funcionado estupendamente hasta el jueves 17 de agosto de 2017. Poco después de las cinco de la tarde, un ataque en busca de sangre provocó  pánico y un enorme dolor. En el aire enrarecido y hostil de una tarde de verano en Barcelona, quedaron muchas dudas y algunas preguntas sin respuesta.

José Joaquín León