POR culpa de 70 parlamentarios catalanes del PDeCat, Esquerra Republicana y la CUP, en Cataluña se ha creado un ambiente prebélico. “La convivencia en Cataluña está en peligro”, esto lo dijo José Montilla, ex presidente de la Generalitat en los tiempos del Tripartito del PSC con ERC y los ecocomunistas de ICV. Curiosamente, hoy los socialistas están a favor de la aplicación del 155 a regañadientes; ERC ha empujado a los convergentes hacia el independentismo; y los ecocomunistas están en ese conglomerado de Ada Colau que ayer se quedó en tierra de nadie. El Tripartito con el que empezó todo (recordemos que ERC había sido reducida a partido residual) se ha dividido en tres.

Pero la gran triunfadora del independentismo es la CUP. Había dos formas de entenderlo y ha ganado la más impresentable. Puigdemont y los antiguos convergentes del 3% (que antaño representaban a la burguesía que les pagaba comisiones y asistía a los conciertos del Liceu y el Palau de la Música), no hicieron caso a los últimos editoriales de La Vanguardia. Les decían que se iban a estrellar contra las rocas. Según se fugaban las empresas a otros territorios del Estado español, la burguesía independentista se acongojó y empezó a confiar sus esperanzas a Santi Vila. Les salió mal la última jugada. Puigdemont, empujado por Junqueras, se echó en brazos de la CUP. A sabiendas de que ya no podía escoger entre susto o muerte, sino entre cárcel o cárcel.

Así se ensució del todo este asunto. Han condenado a los catalanes a un enfrentamiento que ya es inevitable. Ya no es un debate político, sino un conflicto de toda la sociedad, que dinamitará la convivencia y estallará en las calles, por mucha prudencia que utilice Rajoy. También es verdad que no está claro el alcance, y no hay que exagerarlo de antemano. El cupo de mártires, en principio, está cortito. Y las manifestaciones independentistas ya no son lo que eran. Se vio desde el día de la cera de los Jordis.

Fue un mal día para democracia. Y desde luego no por el artículo 155, que está incluido en una Constitución democrática. Fue un mal día porque en un Parlamento regional de un país europeo se adoptó una declaración de independencia, a sabiendas de que era ilegal, basándose en un referéndum ilegal y chapucero, no homologable en ningún país. Tanto la declaración como el referéndum deberían sonrojar a 70 políticos sin escrúpulos, que ayer se comportaron como los más bananeros y caciquiles del mundo civilizado. Esa sensación de asco y pringue es lo que ha quedado de Cataluña.

José Joaquín León