SIENDO feos (que lo son con ganas), el Queco y la Queca no son de lo peor que se ha visto en las calles de Cádiz en los últimos 50 años. No seré yo quien los defienda, pero se debe admitir que tenemos engendros peores. Y que, en realidad, forman parte de una plaga, que empezó antes del PP, en los tiempos de José León de Carranza, concretamente. Cádiz es una ciudad entre barroca, neoclásica y romántica. Es una ciudad que ha servido de inspiración estética a una América colonial. Pero es muy difícil encontrar algo bonito desde la Puerta de Tierra para fuera, en los Extramuros, aquella zona beduina con sus chalés que se cargaron uno tras otro, mientras levantaban edificios de dudosa arquitectura. Para el patrimonio, fue peor que la explosión del 47 lo que vino después.

Se dio por supuesto que desde la Puerta de Tierra para afuera todo valía. Los problemas se agravaron cuando se les ocurrió actuar de la Puerta de Tierra para adentro. Por suerte, Cádiz es una ciudad pobre pero honrada. Quiero decir que con la ruina generalizada y las escasas fortunas, se fueron abandonando casas a una lenta decadencia, cuyas consecuencias están a la vista. Pero tampoco había mucho dinero para emplearlo en obras de arte callejeras. Por ahí nos hemos salvado. Cádiz aún tiene uno de los cascos antiguos menos destrozados de España, si se compara con otras capitales.

En los últimos 50 años no se han construidos monumentos como el de Emilio Castelar o el de Segismundo Moret, cuyos méritos con Cádiz son muy inferiores a los honores recibidos. La reforma de la plaza de Mina, que se hizo en tiempos de Carlos Díaz, fue para dejarla peor de lo que estaba y eliminar el templete de la música. Por suerte, en la Alameda se contuvieron. Y como había que rehabilitar costosos edificios (Castillo de Santa Catalina, Palacio de Congresos y demás), dejaron las calles en paz.

Hasta que aparecieron adefesios gaditanos como el pájaro que nunca gustó, o la glorieta de los periodistas de la plaza de España. A los que se unieron el Queco y la Queca. O lo de Santa Bárbara, que no es sólo el mirador (pagado por Bruselas antes de irse Puigdemont), sino todo en general, un paseo feo de Teo, por el que ahora campan los perros a sus anchas y no juega ningún niño. Al menos, sirve para ensayos de bandas.

Miedo me da que el actual Ayuntamiento prescinda del Queco y la Queca, porque hasta lo pueden empeorar. Y es casi seguro que lo conseguirían. Por fortuna, no invierten un euro; así que no harán nada. En Cádiz, cuanto menos se toque es mucho mejor.

José Joaquín León