EN la noche del pasado domingo muchos gaditanos se acongojaron. La lluvia arreciaba con estrépito. No es la primera vez que escribo del Cádiz veneciano, que es mayormente el de ciertas zonas del casco antiguo: esa carrera oficial de las inundaciones que forman las calles San Francisco, Nueva, Cristóbal Colón, el paseo de Canalejas, la plaza de España, ciertas esquinas del barrio de La Viña, alguna que otra del Mentidero... Los videos y fotos de esas calles inundadas (en las que se añora la presencia de góndolas) son muy bonitos y poéticos. A temporal pasado, por supuesto. En el momento de las inundaciones no tienen ninguna gracia. Hay unas constantes que nos hacen ver que Cádiz no sería tan veneciana si les diera la gana.
Primera cuestión: en Cádiz capital las alertas amarillas están asumidas, sin problemas mayores. Desde hace muchos años, hemos estado en alerta amarilla casi permanente. ¿Qué eran los años de la Segunda B, sino alertas amarillas cada domingo? El amarillo, en Cádiz, no asusta; es el color preferido. La gente, en Cádiz, prefiere ponerse mil veces amarilla que una colorada. O incluso que una naranja. Porque cuando hay alerta naranja, cuidado: es cuando los asuntos se complican. Cádiz se hace veneciana con la alerta naranja. En esta ciudad lo naranja huele a canales y a góndolas.
Segunda cuestión: fijarse que esta vez La Laguna no se ha inundado. Y el estadio Carranza tampoco. Ni siquiera Loreto, donde en los años 80 del siglo pasado bastaba un sencillo chaparroncillo para convertirlo en zona navegable. Y eso no ha sido por casualidad. El Ayuntamiento anterior, en vez de envenenar las aguas pluviales como algunos fenómenos sospechan, se tomó interés en corregir la capacidad de evacuación de aguas de La Laguna, en caso de temporales, que casi siempre originaban inundaciones. Se mejoró el alcantarillado, con tuberías de mayor diámetro y sistemas autónomos de bombeo. A la vista está que ha sido útil.
Tercera cuestión: el pozo de tormentas que presuntamente existe en la plaza de San Juan de Dios, es muy mejorable. Según Protección Civil, vierte aguas al muelle en caso de emergencia, a través de un aliviadero. Sin embargo, las inundaciones de la noche del domingo, en los alrededores, nos hacen suponer que el aliviadero es insuficiente, o que no funcionó como debería.
Con estos ejemplos (y otros más graves que se han padecido en nuestra provincia) se significa que la mano humana puede contribuir a mejorar o empeorar las cosas. No es lo mismo tomar decisiones correctas que meter la pata en los charcos. También vale para los casos de temporales.
José Joaquín León