EN las últimas décadas, nadie se ha tomado tanto interés por las torres miradores de Cádiz como Belén González Dorao. Es justo resaltar esa dedicación de la gerente y alma mater de la Torre Tavira. Por supuesto que ella mira por sus intereses y tiene allí un negocio. Esa es otra pena. En Cádiz muchas personas piensan que tener un negocio es malo (a diferencia del siglo XVIII, cuando todo el mundo entendía que era bueno). Ahí tenemos una de las explicaciones de la decadencia de la ciudad. En otra situación estaríamos si en Cádiz hubiera 200 emprendedores con el afán que pone Belén. Yo entiendo que pase algunas temporadas cada año en Cornualles (Reino Unido), desde antes del Brexit. Supongo que le ayudará a desintoxicarse de las paridas típicas gaditanas.

CADA cual tendrá sus ideas, pero yo opino lo siguiente: dos años después, en Cádiz, nadie ha asumido el cambio. Ni los que cambiaron, ni los que han sido cambiados. Aquí tenemos como un vacío, la sensación de que estamos esperando algo, pero nadie sabe qué: que hagan algo diferente, que presenten una moción de censura, que vuelvan los otros, que no vuelva nadie, lo que sea.  A Kichi unos le atribuyen todas las maldades y los suyos las supuestas bondades. Pero se mira y no se ve nada. Cádiz siempre está esperando un barco, una parada naval, una regata, el fantasma del Vaporcito de El Puerto… Todo esto empezó hace dos años, el último domingo de mayo de 2015.

LOS autobuses desde Cádiz a Sevilla son buenos o malos, según las circunstancias. No es lo mismo si ponen autobuses gratis para ver al Cádiz en el estadio Sánchez Pizjuán que si son autobuses gratis para que los cruceristas llegados al puerto se larguen a ver la Giralda. Según los casos, el buen gadita dice: “Está bien”. O sentencia: “Está mal”. Hemos elogiado los 80 autobuses para ir con el Cádiz CF a Sevilla. Pero ¿y si hubieran sido 80 autobuses de cruceristas pirados? Las protestas hubieran provocado alguna marea. O se diría que la culpa era de las terrazas de los hosteleros, que antes daba gloria verlas, pero ahora estorban.

LA vida política es azarosa. En el ámbito local más todavía. Por eso, se puede jugar a la ruleta rusa, con la intuición de que te podrían matar (políticamente hablando) de todos modos, antes o después. Se sabe que los políticos de raza son como los gatos y tienen siete vidas. En las elecciones primarias del PSOE, con el duelo entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, todos estaban posicionados. El resultado final tenía su morbo. A ver quién cantaba el alirón en la plaza de España y en San Juan de Dios. Seamos serios: no es lo mismo si manda un buen amigo que un enemigo.

UNA lectora amiga, que me lee con buenos ojos, estaba muy contenta con mi artículo sobre las ferias gaditanas. Me dijo: “Tienes toda la razón. En Cádiz hay fobia a las casetas. Y si una mujer se viste de flamenca la miran como si fuera un bicho raro; o como si fuera Esperanza Aguirre infiltrada en una asamblea de Podemos”. Yo le dije que me había quedado corto, pues en Cádiz no sólo hay alergia a las casetas de Feria, sino a las casetas en general. En Cádiz no tienen casetas ni los perros, que son los reyes de las casas, y sacan a pasear a sus dueños. Mi amiga me dijo que ella tiene una perra, que vive en su casa como una marquesa. Y que sólo entra en una caseta cuando la lleva a su chalé ilegal de Chiclana. ¿Lo ves?