DECÍAN que esta sería la campaña electoral más corta, con una semana menos de lo habitual. Sin embargo, es la más larga de la historia reciente. Comenzó la noche del 28 de abril. Yo escribí, pocos días después, que en menos de un año Pedro Sánchez volvería a convocar elecciones generales. Con esa distribución del Congreso de los Diputados (y con su apetito desmesurado de poder) no le quedaba otra posibilidad. Además de que los gurus que le influyen tienen una mentalidad de piñón fijo, y un desarrollo lógico. Según el cual, Sánchez obtendría resultados bastante mejores, medio año después, en condiciones normales. Su problema es que han empezado a surgir anormalidades, cuando ya tenía marcada la hoja de ruta.

Es lo que se detecta en las encuestas. Pero en los próximos días pueden surgir nuevas anormalidades que alteren los vaticinios. El PSOE se ha estancado, y ya no se sabe si la operación de Íñigo Errejón puede ser tan beneficiosa para sus intereses como estaba previsto. El PP está creciendo, pero los augurios para Pablo Casado se encuentran muy lejos de lo que consiguió Mariano Rajoy. Hasta dónde podrá crecer es otra incógnita. Como lo es el desplome de Ciudadanos, que puede ser un batacazo o no. Mientras que Unidas Podemos parece que se mantendrá con sus mareas. Pablo Iglesias es un experto en supervivencia, aunque ya esté más cerca del infierno que de los cielos. Y  Vox, que se ha inflado en las encuestas gracias a Pedro Sánchez, que ha resucitado a un franquismo que ya era historia.

La entrada en campaña de Franco y las pensiones es un síntoma grave de la desesperación. Desde los tiempos de la Transición, la reconciliación y la concordia, y no digamos después de los pactos de la Moncloa y los de Toledo, esto ya se consideraba de mal gusto. Meter en la campaña a Franco y a los pensionistas es un síntoma de nerviosismo y populismo, que sólo beneficia al extremismo de derechas y de izquierda. Es lamentable que Pedro Sánchez busque una confrontación artificial y demagógica.

Este escenario puede complicarse en el cierre de campaña. El ambiente crispado recuerda demasiado al de las elecciones de 2004, en los días siguientes al 11-M, con aquella jornada de reflexión. Atención a los dos últimos días. Una vez más, Cataluña se puede entrometer en el futuro de todos los españoles, alterando los instintos básicos, con evidente riesgo de condicionar y cambiar votos. Cataluña siempre es decisiva. En estas elecciones puede serlo todavía más. Los errores costarían caros.

José Joaquín León