UN sector de la oposición (y de la no oposición) está pidiendo medidas más drásticas al Gobierno. En estos momentos, con 832 muertos al día, haría falta que rodara alguna cabeza (políticamente hablando), y la de Salvador Illa tiene muchas papeletas en la rifa. Se sabe que las cabezas apaciguan a las masas, y salvan a los verdaderos responsables muchas veces. Es lo que sucede en los clubes de fútbol. Echan al entrenador, cuando llegan los malos resultados, y así salvan la cabeza del presidente o del director deportivo, que a veces son tan culpables como el entrenador. El ministro Illa no es el entrenador, pero sí la cabeza que tienen a mano.

Al ministro de Sanidad lo han responsabilizado de contratar 640.000 test que no servían, que han retrasado la detección de casos y que ha estado a punto de crear un conflicto diplomático con China, cuya embajada respondió indignada y lo puso por tontito del tocomocho. Resultó que los habían comprado a una empresa de Shenzhen, que no está homologada por el Gobierno chino, a través de una distribuidora española, según el ministro.

Para entendernos, es como si ficha al delantero que nos va a salvar del descenso y se lo traspasan cojo. Esto lo apunto para que se vea que Salvador Illa no es el entrenador, sino el director deportivo de este club tan desastroso. El entrenador es Fernando Simón, pero parece intocable para el presidente Sánchez. Y así se fijan en Illa, el tipo que hace las compras en el mercado.

El ministro de Sanidad no es médico. Dicen que es filósofo porque se licenció en Filosofía. Fue alcalde de La Roca del Vallés. Por agradar a Iceta y a los socialistas catalanes, lo nombraron ministro de Sanidad, como lo podrían haber colocado en Medio Ambiente o en Política Territorial. Para este Gobierno, la Sanidad es una asignatura maría, ya que las competencias están transferidas a las comunidades autónomas.

Por eso, no se entiende que cometieran el error de unificar las compras en Madrid. Han descontrolado a las autonomías, que se manejan mejor por sí mismas, y han cabreado a la afición. Echarlo (y cuanto antes mejor) parece que es inevitable. Para esta crisis hubiera interesado más tener de ministra de Sanidad a María Jesús Montero, que terminó la carrera de Medicina. Pero a ella la pusieron en Hacienda, como si fuera economista. Un filósofo en Sanidad y una médica en Hacienda. Todos juegan en el sitio equivocado, y así nos va en la clasificación del Mundial del coronavirus.

José Joaquín León