LA política educativa de cierta izquierda (la más extremista) se basa en acabar con la enseñanza concertada, la asignatura de religión y el castellano (que en el resto del mundo se conoce como español) como lengua matriz del Estado. Sobre esto último me voy a centrar. Lo otro forma parte de unas posiciones sectarias, marxistas a ultranza, que aspiran a imponer. La gente debe entender que las mayorías en las urnas sirven para frenar abusos como éste, y blindar la democracia y las libertades frente a los arrumacos de Frankenstein. Para no pasar de Guatemala a Guatepeor. Pero me refería al español, que es la lengua de Guatemala, y sigue siendo la de España, lo que no impide que otros territorios tengan las suyas, y que se deban preservar. Sin cargarse a la de todos.

Los políticos resentidos que se han integrado en Frankenstein creen que todo lo que suene a España es fascismo, incluida la lengua española. Para aprender el catalán, el vascuence o el gallego no hace falta que los niños de esas comunidades se conviertan en analfabetos a la hora de utilizar la segunda lengua del mundo en número de parlantes. O la tercera, si incluimos a los chinos, que hablan varias lenguas propias, pero les obligaron a aprender a todos el chino mandarín para tener una lengua común a sus 1.400 millones de habitantes.

Por el contrario, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están apoyando a los chuflas lingüísticos que quieren cargarse el idioma, con vocación de comunidades de vecinos. Es una enorme contradicción. Mientras la lengua española crece en América, en esta parte de Europa la maltratan.

El español, poco a poco, se convertirá en una lengua americana. Allí tiene más riqueza y más aprecio, más creatividad y más alegría. El español es la lengua en la que escribieron Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, en la que sigue escribiendo Mario Vargas Llosa. Pero si nos vamos a Cataluña, el castellano es el idioma en el que escribió Juan Marsé, el mejor novelista catalán de los últimos años, y en el que ha escrito una parte de su obra poética Pere Gimferrer, que es bilingüe y escribe en catalán, lo que no es incompatible, como se sabe desde Josep Pla y otros anteriores, hasta llegar al Tirant lo Blanc.

Perjudicar y minimizar la enseñanza del español no es un problema político, sino cultural. Y es curioso que suceda cuando nuestra lengua es valorada como un tesoro en América, con el que ese imperio tan denostado los recompensó antaño. Allí no reniegan de nuestro idioma común.

José Joaquín León