ESTAMOS en otro momento crucial para la temporada del coronavirus: cuando nos jugamos la tercera ola. ¡Ay, Rocío Jurado, cómo te recordamos con tantas olas! Cuando hay una media de 300 muertos al día en España (en primavera, con ese número de difuntos, aún estábamos encerrados), el ministro Salvador Illa sigue dando palos de ciego, lanza borradores navideños sin paracaídas para después recogerlos. Sin saber qué hacer: si aflojar, o restringir. Con las autonomías revueltas. Y con el público que se viene arriba. Miran hacia el horizonte de las vacunas, y no quieren perder el jolgorio de la Navidad. Los ayuntamientos andaluces inauguran luces de fiesta para el toque de queda. La Nochebuena viene y se irá, y nosotros nos iremos y no volveremos más. Veremos si en Andalucía se prohíbe el cante.

Hay menos miedo al coronavirus, sí. Los menores de 60 años se sienten fuertes, casi a salvo, y muchos mayores también. Ayuda a ello que familiares y amigos han superado la enfermedad. Es verdad que nos aproximamos a los 50.000 fallecidos (según las cifras oficiales maquilladas), pero la reducción de pensionistas en España aporta pistas evidentes sobre los damnificados.

La gente no estaba dispuesta a renunciar al verano, se llenaron las playas. Tampoco quieren perder el invierno. “La Navidad se celebrará, aunque no como otros años”, dice el doctor Don Simón, y muchos se ríen. ¡Anda que no! El tono científico de las medidas se viene abajo por el análisis comparativo. En el borrador de Illa fijaban seis comensales; en la propuesta de la Generalitat catalana y el Paraíso madrileño lo suben a 10; en el Reino Unido de Borís Johnson permitirán reuniones de hasta tres núcleos familiares no convivientes. En Francia mantendrán cerrados los bares y restaurantes hasta el 20 de enero; en Andalucía siguen abiertos hasta las seis de la tarde, para que reposen la digestión del almuerzo en amenas tertulias sin mascarillas. ¿Y los que se quejaban porque los aeropuertos eran coladeros de contagiados? Ahora se quejan porque exigen pruebas de PCR y salen caras.

Ahora lo que importa es la Navidad. La capacidad de sacrificio se está perdiendo, porque han lanzado mensajes contradictorios. La pandemia entró en un punto ácrata, con Pedro Sánchez desaparecido de esa guerra que tanto le gustaba en primavera, cuando organizaba ruedas de prensa semanales. Y con la gente hasta el gorro... El gorro de Papá Noel, que ya están sacando del baúl de los recuerdos. Sólo algunos aguafiestas avisan de la tercera ola en enero.

José Joaquín Leòn