ESTE país, quizás el más progresista del mundo (con permiso de Venezuela), es la locomotora económica de Occidente. Tiene la mayor subida del PIB; batimos el récord de empleo y de parados a la vez, y es el único de la OTAN que no puede llegar al 5% en gastos de defensa, debido a su labor social para que sólo el 26,5% de los ciudadanos sean pobres. Donald Trump un día le felicita y le da la mano, y al siguiente le regaña y le da un pescozón político. Esa habilidad para ser y no ser, al mismo tiempo, confirma que la fortuna nos agració para situar al Sócrates de la Moncloa al frente de los destinos imperiales del país.
En la reconquista del mundo para la causa progresista, con Palestina hemos topado. El Gran Líder iba a frenar el genocidio, gracias al boicot a los ciclistas en La Vuelta. Y ha terminado apoyando una huelga (dos días después de asistir a la firma del acuerdo de paz), que siguieron muy pocos, y unas manifestaciones en las que los mamporreros de la CUP y otros pacifistas levantaron barricadas y lanzaron piedras a los mossos, como en aquella independencia de 2017.
En consecuencia, siendo fiel a sus principios marxistas (del sector Groucho, por supuesto), cuando no le funciona una causa se busca otra. Así ha llegado la hora del cambio. Pedro Sánchez se ha dirigido enérgicamente a la Unión Europea, y no sólo para que aprueben las lenguas vernáculas que ya le han dicho que no van a aprobar, sino para reclamar que no cambien la hora. Se ha convertido en conservador (de la hora), y ha descubierto que es un rollo modificarla en octubre y en marzo. Esa misma idea fue aprobada por el Parlamento Europeo en 2019. Dijeron que el 84% de los europeos no quieren el cambio (de la hora). Pero necesita el apoyo del 55% de gobiernos de los 27 países de la UE, cuyos dirigentes afrontan los cambios con prudente parsimonia.
¿Y qué cambio queremos? ¿La hora de invierno o la de verano? Esa es la clave. Pues depende del país y del territorio. No es lo mismo en Portugal que en Alemania. No es igual en Finisterre que en Portbou. Entre el oeste y el este peninsular hay una hora (o más) de diferencia en la luz solar. A la hostelería le interesa el horario de verano. Esas puestas de sol a las diez de la noche… Cuando ya han pasado cuatro horas desde que cenaron los alemanes.
Con la hora también habrá crispación y división. Los de Junts quieren que la hora siga cambiando en invierno y en verano. Por eso, hasta los de Junts están valorando que sería mejor cambiar al que les promete todo y no cambia nada.
José Joaquín León
