ENTRE  las diversas efemérides cofradieras que se conmemoran este año, no sólo las celebran hermandades. También se incluye el Centenario del taller de bordados de Caro. Merece ser destacado. Cuatro generaciones de una familia han trabajado desde que José y Victoria Caro lo fundaron en 1917. En esa familia creció Esperanza Elena Caro, una bordadora genial, única, posiblemente la mejor del siglo XX. Tras el periodo de José Manuel Elena al frente del taller (cuando afrontó los tiempos difíciles de la Transición de los artesanos), todavía sigue vivo. Ahora con Carlota Elena Meléndez, que representa a la cuarta generación familiar.

Los Caro se han dividido entre los bordadores y los gestores. La actual directora le ha dado un toque de formación teórica y práctica, porque es licenciada en Bellas Artes y especialista en Restauración por la Universidad de Sevilla. Además, ha trabajado en el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, donde se especializó en restauración de tejidos. Gracias al esfuerzo de Carla, como es conocida, y de las personas que trabajan en el taller, no sólo se mantiene una tradición, sino una actividad que ayuda a conservar con fundamentos el legado patrimonial de Esperanza Elena Caro.

En este año van a tener reconocimientos y recuerdos, como el premio de El Llamador, que le entregó Canal Sur. Sin embargo, también debería servir para valorar y apoyar a esas familias sevillanas de artesanos que a duras penas sobreviven con sus talleres, heredados de padres a hijos, a través de varias generaciones. Como los Caro en los bordados. Como los Domínguez en la orfebrería, y como tantos otros. Unos talleres que funcionan como pequeñas empresas, y que necesitarían un mejor tratamiento fiscal y más ayuda de las administraciones. Atender su singularidad, su faceta artística. No tratarlos fríamente, sin valorar su alma, para entendernos.

Una vez le pregunté al recordado cofrade Juan Carrero Rodríguez por la mejor obra de bordado de la Semana Santa de Sevilla. Era un forofo de Esperanza Elena Caro. Me  respondió, sin dudar: los bordados del palio de la Angustia, de Los Estudiantes. Cuando se admiraron de cerca, en una exposición del Círculo Mercantil, se apreció mejor que es una obra cumbre del arte sevillano. Pero también es extraordinario, casi irrepetible, el manto de la Coronación de la Macarena, espléndidamente bordado por Esperanza en su taller, en unas circunstancias tan distintas a las actuales.

Se habla y se escribe, con justa nostalgia, de los comercios históricos que han cerrado. Pero no olvidemos los talleres de los artistas que han sobrevivido. Lo han conseguido a base de sangre, sudor y muchas lágrimas.

José Joaquín León