El Domingo de Ramos es el día más propicio al Amor. Hay una Semana Santa que vuelve a la memoria y que nos trae el recuerdo de otras generaciones. El amor a veces nos duele

EL Amor se asoma cada Domingo de Ramos a Sevilla y se queda muerto en lo alto de una cruz. Se mezcla entre cirios que avanzan por la calle Cuna, en un horizonte de ruán negro, camino de la Campana, entre luces y rumores que rompen el silencio de la noche recién estrenada.

El amor se queda en los recuerdos de tantos años acumulados, y se aparece de pronto, para golpear en la memoria truncada de los que estuvieron y ya no están. Cada Domingo de Ramos es diferente, nunca será igual el tiempo. Hoy todos se han acumulado para refrescarnos el ayer. Entre tantas cosas que es (y que puede ser) la Semana Santa es también la idealización del tiempo. Ser lo que fuimos. Y nunca es más Semana Santa que hoy, en el atardecer del primer día. Ese instante, cuando todo ha vuelto, pero lo nuevo se empieza a perder.

El amor es el recuerdo de una tarde de Domingo de Ramos antigua. Por la calle Villegas vuelven los niños de la Borriquita, que ese año no han podido salir por la lluvia. Las lágrimas tan sinceras del niño debutante que no ha podido cumplir su sueño. El cirio que no ha estrenado, que pasa a ser el testimonio de un fracaso. El niño no sabe que su sueño se hará realidad un año después. Porque entonces, para él, se había acabado el mundo. Vivía a borbotones, con una prisa que ignoraba los ritmos históricos, cadenciosos y lentos de las cofradías. Una lágrima de verdad es como la de aquel niño triste.

El amor es volver a empezar, las ilusiones que se recuperan. El amor es sostener en brazos a otro niño nazareno, vestido con una túnica blanca, que se asoma a la luz de otro Domingo de Ramos, como la ola que se queda en la playa de sus sueños. El amor es encender ese cirio por vez primera, llegar hasta donde sea posible, quizás hasta la Campana, o hasta la Catedral, o aguantar hasta el final, como si alcanzara la meta de los privilegiados.

El amor es recordar aquellos brazos que alzaron a una niña para que viera con sus propios ojos la salida de un paso, y no le robaran aquella emoción esas personas altas de la bulla en la plaza. Aquella mano que se unía a la del hijo o la hija. Puede que a su lado hubiera otros igual: la cadena de la vida, que se enlaza de unos a otros, el tiempo que se desgrana como en las cuentas de un rosario. Misterios dolorosos y gozosos del tiempo que va rezando con los años. El amor es saber que el tiempo se nos va como los globos de colores, que se sueltan de las manos infantiles, y se pierden en los cielos tan remotos.

El amor es que un niño de túnica blanca, tantos años después, es hoy un hombre de túnica negra. Y es también el saber que otro niño de túnica blanca dejó de ser nazareno. Hay otro final que es más triste y doloroso, el que nunca queremos sufrir, que es cuando un niño que fue nazareno de blanco ya no podrá salir. Nunca más.

El amor está visible alrededor: en esa mujer anciana que se asomó al balcón con una sonrisa, en ese matrimonio que hoy recuerda cuando eran novios, en esas niñas y niños que estrenan ropa de primavera, en esas jóvenes que hoy lucen unos zapatos de tacones tipo jirafa y cumplen una penitencia sin antifaz, en esos guiris que han venido por vez primera y no entienden nada, y sin embargo lo intentan.

El amor está omnipresente en un día de fiesta, en una ciudad enloquecida, en el golpe del tambor que responde a una corneta, en la chicotá que atraviesa una calle, en el nazareno que se abre paso entre una bulla, en el incienso que se eleva y nos deja pensativos. ¿Por qué las nubes que más nos gustan en el cielo son las de incienso?

El amor está visible cada Domingo de Ramos. Es un sueño eterno del Crucificado en el árbol de la cruz. El amor está también presente a su lado: desde la cruz de guía que abre el día, hasta la última chicotá en la rampa de la madrugada. Este amor no se compra, ni se vende, ni se puede fingir, sólo lo sientes cuando le abres las puertas.

El amor, sí, que no siempre es agradable. A veces sacude cuchilladas en la memoria. Sólo es puro, sólo es perfecto su Amor. Sólo su Amor nos salva.

José Joaquín León