APENAS una hora después de haber tomado posesión Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, sin Biblia ni Crucifijo, me lo dijo un socialista: “Una de sus primeras medidas de peso será echar a Franco del Valle de los Caídos”. ¿De peso? De peso sería que arreglara el sistema de pensiones hasta el año 2200, aunque eso también sería un milagro. Pero echar a Franco del Valle de los Caídos no soluciona ningún problema real de los pobres de este país. Pero, bueno, a lo que iba, mucha gente quiere saber si en el mismo pack de Pedro Sánchez echando a Franco del Valle de los Caídos van incluidos Susana Díaz y Juan Espadas echando a Queipo de Llano de la basílica de la Macarena.

El PSOE no debería reconvertir la Memoria Histórica en la política del sepulturero. Van a cambiar a los muertos de lugar, como si de ese modo fueran a reescribir la historia. A estas alturas yacen muertos históricos por el Valle de los Caídos y por la basílica de la Macarena, sí, pero también por el Escorial, por diversas catedrales y templos, por panteones de hombres ilustres, o por donde sea. Se respetaba la paz de los muertos, porque los cadáveres antiguos ya se han convertido en polvo, y si fueron malos habrán ido al infierno, y si fueron regulares estarán en el purgatorio; pero en este valle de lágrimas ya no queda nada vivo de ellos, sólo el recuerdo, que es inmaterial y no se puede trasladar.

“Con Franco vivíamos mejor”, decían los fachas en los primeros años de Adolfo Suárez y de Felipe González. Esa frase cayó en desuso. Los menores de 42 años no han vivido con Franco. Aunque los pensionistas sí han vivido, y a la mayoría le interesa más cobrar la paga que trasladar a los muertos de los lugares donde reposan.

En la basílica de la Macarena, Gonzalo Queipo de Llano ya no es recordado como el virrey que arengaba desde los micrófonos de Unión Radio, sino como el hermano que colaboró para construir esa basílica, pocos años después de que un grupito de fanáticos participara en una ruta de incendios de templos por la Macarena, San Julián y sus aledaños. Se entiende que la Macarena, como hermandad, enterrase allí a su hermano Gonzalo y también que haya perdonado a quienes intentaron quemar a la Esperanza. Hay muchas sensibilidades, como recordó ayer el hermano mayor, José Antonio Fernández Cabrero. Pero también tienen memoria histórica y saben lo que les pasó verdaderamente.

José Joaquín León