SUCEDE con los taxistas lo mismo que con los periodistas, los jueces, los médicos, los fontaneros o los futbolistas: todos no son iguales. Por ello, las generalidades gremialistas casi siempre resultan injustas. Conozco taxistas sevillanos que son magníficas personas, conducen bien, no timan a sus clientes y cumplen todos los requisitos contrarios a lo que propagan sus caricatos. Sin embargo, es cierto que los taxistas sevillanos, desde antes del conflicto nacional, soportan una mala imagen corporativa. Una imagen que entre todos deberíamos limpiar, pero empezando por ellos mismos. Está causada por sucesos como los incidentes del aeropuerto y las investigaciones relacionadas con la quema de nueve vehículos de Cabify durante la Feria de 2017, por lo que fue detenido un taxista en Castilblanco el pasado mes de junio. A eso se ha sumado la huelga indefinida de los taxistas, llevada a las calles.

El problema con los Vehículos de Transporte Concertado (VTC) se deriva de la libre competencia. Sin embargo, lo que está en juego es la regulación. Es decir, el número de VTC permitidos según el número de licencias de taxis, así como las condiciones laborales y fiscales en las que se ejercen esas actividades. No es fácil poner de acuerdo a sectores con intereses claramente enfrentados. Y es pintoresco que el Ministerio de Fomento, con José Luis Ábalos desbordado, intente solucionarlo con transferencias a las autonomías. No por el hecho en sí (también están transferidas las competencias de sanidad y educación, entre otras), sino por el oportunismo que supone. Cuando el ministro es el responsable de alcanzar un acuerdo.

En Sevilla también hubo críticas al alcalde, Juan Espadas, y al concejal del sector del Tráfico, Juan Carlos Cabrera, por los conflictos del taxi en el aeropuerto de San Pablo. Esta semana, por cierto, están programados 1.000 vuelos con 150.000 pasajeros. Al no existir trenes para llegar hasta el aeropuerto, los taxis son imprescindibles. Esa importancia estratégica, por falta de alternativas, les aporta una fuerza extra para sus reivindicaciones.

Sin embargo, los taxistas deben ser realistas. Las normas están para todos, también para ellos. Se pueden cambiar, pero amenazar con paralizar España o colapsar Sevilla, al final se les vuelve en contra. Afrontan un riesgo grave de perder clientes. Por eso, su lucha debe empezar por recuperar la buena imagen de los taxistas.

José Joaquín León