LAS colas en el Primark de Torre Sevilla nos han permitido revivir el espíritu nostálgico de la Expo 92. Aquellos tiempos, cuando en la isla de la Cartuja pusieron de moda las colas sevillanas. Desde entonces se llegó a la conclusión de que todo aquel evento o lugar que no tenga una multitud aguardando es una porquería. Pues sabido es que existe un público masoquista que disfruta en las colas, saborea las esperas, ejercita la paciencia y luego lo propaga entre sus amistades: “En el Primark hay unas colas maravillosas. Yo estuve allí una hora, esperando para pagar cinco euros”. Así se alimentan por generación espontánea.

Es lo mismo que sucedió en la Expo 92. Recuerdo que al principio apenas había colas. Si acaso en el Pabellón de España, cuando llegaba el rey Juan Carlos, o para las películas, y poco más. Sin embargo, tres meses después, hasta el pabellón más cutrecillo tenía una colita bien montada. Cuanto más larga resultaba, mejor. Los turistas de la Expo no venían a Sevilla para esperar en la Catedral o el Alcázar, sino para disfrutar el turismo masoca engrosando las colas de los pabellones.

Esa es la herencia que atesoran en el centro comercial de Torre Sevilla. O, por mejor decir, en el Primark, que es donde se acumulan. Si el centro comercial ha tenido ya un millón de visitas, por lo menos 999.000 habrán ido a esa tienda irlandesa que monta las mejores colas del mundo. Una caja por cada planta y a esperar. Dos puertas, una arriba y otra abajo, y a esperar. El público se mojaba bajo la lluvia el pasado sábado, según lo vi yo. Pero se mojaban con alegría, paladeando la cola.

En las demás tiendas del centro comercial entramos como Pedro por su casa de la Moncloa, también hay que decirlo. Las demás tiendas son las mismas de la calle Tetuán y otros centros comerciales. Incluso faltan conocidas marcas. No mejoran lo que ya teníamos, como dicen los entrenadores cuando no les traen fichajes de campanillas, o cuando el Real Madrid se lleva a Mariano después de anunciarlo el Sevilla. Las demás tiendas deberían organizar sus colas ya, con urgencia.

Podrían aprender del aparcamiento de los 3.000 vehículos, donde hay dos salidas supuestamente; pero el sábado pasado cerraron una. Después la Policía Local desviaba el tráfico por la pasarela de la Cartuja, e impedía llegar al puente de la Barqueta. Daba igual, pues se notaba que la gran mayoría de los que aparcan en Torre Sevilla son vecinos del Aljarafe.

Este centro comercial ha tenido un inicio exitoso, pero le veo una fragilidad: depende de las colas. Hay que cuidarlas.

José Joaquín León