A los difuntos es costumbre tratarlos con respeto, incluso con veneración. No sólo los católicos, también en casi todas las religiones. Incluso los ateos pueden recordar con afecto la memoria de sus seres queridos. En España también se evoca la memoria de los seres odiados, como se ha vuelto a ver estos días, incluso metiendo al Vaticano por medio en la exhumación de Franco. Pero, cuando llega el 2 de noviembre, se puede reflexionar sobre la evolución de las costumbres mortuorias. Para los creyentes, con los columbarios de los templos, se ha abierto una nueva etapa.

Los cementerios pueden quedar como una tradición del pasado. Estos días, aumentan las visitas al cementerio de San Fernando. Allí, presididos por el Crucificado de Antonio Susillo, reposan los antepasados de tantos sevillanos que no los olvidan. Antes existía la tradición de que los fallecidos fueran sepultados en los lugares donde nacieron, con frecuencia en panteones familiares. Era como volver a entroncar con las raíces, de las que a veces el tiempo separa y aleja. Era como cerrar el ciclo de la vida, cuando llega la muerte.

En otros tiempos también había enterramientos en las iglesias y conventos. Se suele pensar que sólo para personajes ilustres, cuyos panteones a veces sirven de atracción turística, pero no siempre ocurría de ese modo. Sin entrar en detalles morbosos e innecesarios, se puede recordar que en Sevilla también quedan restos de difuntos debajo de edificios construidos donde hubo templos que fueron derribados.

A esto se ha añadido, en los últimos años, la proliferación de columbarios. Van a más. Dentro de poco, no quedarán parroquias ni capillas de hermandad sin su columbario. Esta opción ya es la preferida de la mayoría de los cofrades que fallecen. Las cenizas reposan así de un modo digno y sagrado, cerca de las imágenes queridas, en el lugar de sus devociones. Es la versión moderna y democrática de los antiguos enterramientos en los panteones de las catedrales y de los templos.

En estas fechas, además de recordar a nuestros difuntos, es buen momento para plantearnos: ¿en dónde nos gustaría estar el día menos pensado? Cada cual tendrá su respuesta. Por mucho miedo al más allá que sientan, aunque prefieran ni pensarlo, es mejor plantearlo. A Franco y a Queipo de Llano le pueden alterar sus preferencias, por culpa de la ley que condena a los muertos después de morir. Pero a la gente sencilla, que no ha participado en ninguna guerra, es mejor que le respeten su voluntad. Para que no les pase como a otros, que sólo Dios sabe dónde han terminado.

José Joaquín León