LO mejor y más fuerte se ha dejado para el final, como en una traca de fuegos artificiales. El Año Murillo tiene un colofón potente, con la que ha sido anunciada como su gran exposición. Se denomina Murillo IV Centenario (con lo que se deja claro su valor emblemático) y fue inaugurada ayer. Hasta marzo de 2019 se podrá visitar la  exposición antológica de las conmemoraciones murillescas. Ese valor esencial, ese cartel de que es la mejor exposición entre todas las de Murillo, lo han recordado el alcalde, Juan  Espadas; el consejero de Cultura, Miguel Ángel Vázquez, y la directora del Museo de Bellas Artes, Valme Muñoz. Pero se sabía desde que anunciaron el programa del Año Murillo. Al final, llegaría lo mejor.

Esta exposición incluye obras de grandes museos internacionales, como el Prado madrileño, el Louvre parisino, el Met neoyorquino, o la Tate y la National Gallery londinenses. También se ha proclamado que ofrece una definitiva visión de Murillo, más allá de ser el pintor de las Inmaculadas y los cuadros reproducidos en las cajas de dulces de membrillo. Aunque, después de marzo de 2019, es probable que siga siendo recordado por las Inmaculadas, que le han dado tan merecida fama. El criterio expositivo tiene amplitud, sin olvidar que es una apuesta por la calidad antológica más que por la cantidad. Incluye 55 obras, de las que sólo cinco son propiedad del Museo de Bellas Artes. Además de otras 17 que se expusieron en Murillo y los Capuchinos de Sevilla. Por lo que hay mucho más que el repertorio del Museo.

Según las cifras barajadas, el Año Murillo, con su programa cultural y de exposiciones, ha contado ya con dos millones de visitas. Ha contribuido al récord de turistas en Sevilla. Hasta ahora es un éxito, pero quizá sin llegar a un éxito extraordinario. Probablemente, no ha tenido el impacto del Año de El Greco para Toledo. Ni el récord y la popularidad que alcanzó el Museo del Prado con la exposición de El Bosco. Se debe a las etiquetas. El Greco y El Bosco son considerados como unos pintores más profanos y actuales que Murillo, olvidando que el trasfondo de sus obras también es religioso en gran medida.

Murillo no pintó El jardín de las delicias, sino que plasmó la espiritualidad a su manera. Pero ahí está la Sevilla de su tiempo, que era la capital comercial del mundo, gracias a la Carrera de Indias. El barroco sevillano, la generación de grandes artistas en la que se inserta Murillo, no aparece por casualidad. Es lo que se ha intentado explicar a lo largo de su Año. Ahora le llega la última oportunidad, quizá la definitiva, para ser asumido como un genio.

José Joaquín León