PEDIR la dimisión de Juan Carlos Cabrera por ser investigado en la macrocausa de la mafia del taxi me parece una exageración y también una pasada. Es un ejemplo más de la necedad que ha llegado a la política, donde todo investigado es culpable mientras no se demuestre lo contrario. La responsabilidad de ese disparate la tienen los principales partidos. El PSOE y el PP lo han utilizado como armas arrojadizas, cuando Podemos y Ciudadanos llegaron vírgenes a la política. Ahora se les vuelve en contra a todos, como un boomerang, por no asumir algo esencial para ser justos: cualquier persona es inocente mientras no sea condenada. Por lo que es absurdo que dimita alguien sin ser condenado.

Esto vale también para Juan Carlos Cabrera, aunque sea del PSOE, igual que valdría si fuera de otro partido. Este concejal es la mano derecha de Juan Espadas, todo el mundo lo conoce en Sevilla, y su principal característica es que intenta agradar y colaborar en la medida de lo posible. A priori, no lo veo yo como un corrupto, ni como un colaborador necesario de la mafia del taxi. Si Facua y sus confluencias van buscando sangre política, mejor que se conformen con sangre encebollada, y esperen un poco y sean más coherentes.

Juan Carlos Cabrera ha padecido en primera persona el conflicto del taxi. Por supuesto que los abusos del aeropuerto son condenables, y que la degeneración que llevó a la quema de coches de Cabify nos hace retroceder a procedimientos propios del Chicago de Al Capone. Pero como se ha visto en Madrid, Barcelona y otras ciudades, en este conflicto los hombres que intervienen no se comportan como seres racionales y apelan al pan de sus hijos para justificar cualquier barbarie, como si se pudiera legitimar todo con tal argumento.

Más que pasividad, lo que sí ha tenido Juan Carlos Cabrera es mucha prudencia. Me consta que a veces no ha actuado según le pediría el cuerpo y la cabeza, pero hay que entender su situación, en unas circunstancias indeseables. Así ha conseguido que dentro de lo malo la situación no degenere hacia lo peor. Es un asunto donde la normalidad resulta anormal, por lo que cometer errores origina fatales consecuencias. Ha tenido aciertos parciales, dentro de la compleja gestión, como evitar una huelga que se hubiera cargado la imagen de los premios Goya para Sevilla.

Se ha escrito muchas veces que en política no debe valer todo. La inocencia de Cabrera, de momento, está salvaguardada. Pero puede que su problema no haya sido la inocencia, sino la ingenuidad, que no deja de ser un mal menor.

José Joaquín León