EL Año Murillo ha terminado, después de más de un año. Ayer fue clausurada en el Museo de Bellas Artes la última exposición, Murillo IV Centenario, que era la más emblemática, como la traca final. En el recuerdo quedarán las colas del fin de semana, la última oportunidad. Aunque la clausura oficial será hoy en el Teatro de la Maestranza, con el espectáculo multidisciplinar Saltar el muro, que ha ideado Rafael R. Villalobos, calificado por él mismo como “un salmorejo”, donde ha mezclado electrónica, flamenco, poesía, música barroca y contemporánea. Llega la hora del balance. Ha servido para darle un nuevo look a Murillo, al que se veía sólo como pintor de latas de carne de membrillo de Puente Genil en el imaginario popular. Pintor de Inmaculadas y otras vírgenes, decían también, como si fuera algo malo.

Nunca sabremos si Murillo ha sido un imán tan poderoso para atraer más turistas. Según el edil Antonio Muñoz, en su doble vertiente cultural y turística, el Año de Murillo ha sido lo más grande organizado en  la ciudad después de la Expo 92. Es evidente que no tiene nada que ver lo uno con lo otro. El Año de Murillo, que empezó en 2017 y terminó en 2019, ha coincidido con unos meses extraordinarios para el turismo en España. Se han batido récords en muchas ciudades. Es probable que en Sevilla también sin esa aportación.

No obstante, han venido cientos, puede que miles de turistas para darle a su estancia sevillana ese sesgo cultural. Según las estimaciones oficiales, en las actividades relacionadas con el evento han participado más de tres millones de personas, incluyendo los espectáculos. Es un cálculo a ojo de buen cubero. También se sabe que el Museo de Bellas Artes ha duplicado sus visitas, estableciendo un récord.

Más allá de la autocomplacencia oficial, el Año de Murillo debería servir para darle otra vez hilo a la cometa de la ampliación del Museo, que falta le hace para ser esa segunda pinacoteca de España (tras el Prado madrileño) de la que tanto se hablaba. También debería servir para revitalizar la figura del artista, con la dedicación permanente de la Casa Murillo, mediante la mudanza del Instituto Andaluz del Flamenco. Hay que negociarlo con la Junta.

El legado del Año Murillo será importante, con el tiempo, si refuerza su figura, como ocurrió en Toledo con el Año de El Greco. También es cierto que en la ciudad imperial El Greco ya tenía su Casa y mucha más consideración y aprecio que Murillo en Sevilla. Ha pasado el tiempo y sigue siendo una mina. Ese es el modelo que medirá el éxito de Murillo en el futuro.

José Joaquín León